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Por una cultura de la subvención por Gonzalo Alonso
Apenas ha sido comentada en el mundo cultural una afirmación realizada por Rajoy en su investidura, cuando reviste enorme importancia: el fin de las subvenciones nominativas. Entran en este tipo las que reciben instituciones como el Teatro Real, el Liceo, ABAO, La Maestranza, Palau de les Arts, etc.
¿Quiere esto decir que éstas van a dejar de recibir el apoyo de los presupuestos públicos? Es obvio que no. Desconozco cuál será la idea del equipo ministerial, pero desde luego se precisa un cambio en la filosofía de las subvenciones. Lo proclamó el nuevo ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert: «No acabaré con las subvenciones a la cultura, sí con la cultura de las subvenciones». Falta hace.
Como regalo de Reyes voy a proponerle una idea que, sólo en la lírica, puede ahorrar al Gobierno más de diez millones de euros y que es perfectamente extendible a otros ámbitos.
Es inaudito que los Presupuestos Generales entreguen fondos a las entidades citadas para que, como sucede con frecuencia, cada una programe y desarrolle diferentes producciones de un mismo título, y hay producciones cuyo coste llega a superar los dos millones. Hay que acabar con tal filosofía.
El procedimiento que propongo no implicaría una reducción de la oferta cultural ni cualitativa ni cuantitativamente, pero sí obligaría a los gestores a ponerse las pilas trabajando coordinadamente y eliminando caprichos personales indeseables en estos tiempos. Presupuesto en base cero.
El Gobierno reduciría el monto total a distribuir en un 30 por ciento, que ya no se entregaría como subvenciones nominativas a cada institución lírica, sino a proyectos que éstas presentasen conjuntamente en número no inferior a tres. Menos dinero total y menos dinero para cada entidad, pero mayor eficiencia a través de la sinergia en el ahorro de costes.
Cierto que perderían independencia las filosofías de Mortier, Matabosch, Matellanes, Halffter o Schmidt y que habrían de ponerse de acuerdo, pero ¿acaso es justo que paguemos caprichos, a veces un tanto personalistas, apretándonos los demás el cinturón? Desde luego que no, que una nueva cultura de las subvenciones los obligue a trabajar de una nueva forma, más eficiente y menos caprichosa.
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