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Irene Villa ya está preparando su boda
Hojean, hojean y vuelven a hojear. Son como los peces en el río en su desmenuce, repaso y curiosidad exhaustiva. En tal placentera tarea descubren el error de algún medio atribuyendo a Tere Pickman, íntima de la duquesa de Alba que la acompañó en la boda Fernandina-Márquez –su madre es de la familia de Alburquerque, de reprobada lealtad a la Corona– confundiéndola con Lola, la más que secretaria de Cayetana. En su minuciosidad, comprueban que la duquesa subió los casi 20 escalones de la iglesia de Santa Bárbara, reconvertida en pasarela excepcional. «Podían haberla llevado en coche hasta la misma puerta del templo», comentan apenados por lo que para Cayetana debió de ser esta subida al Calvario acompañada de Alfonso de Cirineo. Pelillos a la mar porque seguro que reaparecerán juntos, desafiantes, en el enlace sevillano de Rafael Medina y Laura Vecino, previsto para el 16 de octubre, aunque todavía no se sabe en qué altar de la basílica bética, la más grande del mundo después de San Pedro. Allí no se andan con chiquitas.Y ante esto, Irene Villa ve esperanzada su próximo enlace. Ya lo prepara, después de un año saliendo con el argentino Juan Pablo. La vi radiante, la melena recortada al estilo de los años veinte, un «look» que le favorecía. «Es un encanto de chico», reconocía María Jesús, la madre de la joven. Y es que Irene es un ejemplo, siempre sonriente. Superó el trauma de permanecer inmóvil, incluso ahora que todavía está convaleciente, tras pasar de nuevo por quirófano: «Se había oxidado alguno de los tornillos que me introdujeron y han tenido que cambiarlo», me cuenta derrochando optimismo. Esto mismo fue lo que, hace un par de días, casi le ocurre a Manuel Díez, que mañana reaparece en Jerez. Muy recuperado, después de que le quitaran los puntos, habló en el programa de Susanna Griso, donde demostró su humanidad, sin cobrar un céntimo: «Me sigue doliendo no conocer a mi padre –del que es su vivo retrato–, pero así es la vida. No le guardo rencor porque mi madre me enseñó que es mejor querer que odiar», bromea junto a su esposa, Virginia Trocone, más delgada, y que es su mayor apoyo. «Hacemos la misma tabla de gimnasia y ya nos ves, hemos perdido alrededor de cinco kilos. Yo no sabía comer hasta que me enseñó un magnífico nutricionista, ahora nuestros hijos no prueban los donuts. Prefieren la fruta», añade el diestro. Se ha convertido en otro personaje singular al que da gusto ensalzar.
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