Escritores
Función pública por José María Marco
Al final de su vida, tal vez porque para entonces no podía hablar de política, Ortega escribió algunos de sus trabajos más serios. Entre éstos se encuentran sus reflexiones sobre Goethe, al que Ortega admiraba por su dimensión intelectual y europea. Esta admiración no le impidió expresar algunas reticencias acerca de la actitud de Goethe en un periodo de su vida, en particular en los años pasados en la corte de Weimar. El escritor, dice Ortega, aceptó entonces la protección del príncipe, se olvidó de cualquier riesgo vital y sucumbió a la tentación de creer que la seguridad total que el príncipe le garantizaba le iba a proporcionar algo parecido a la felicidad.
Lo que ocurrió fue algo muy distinto. Goethe, dice Ortega, se blindó frente a la vida (esta metáfora no es orteguiana) y al apartar cualquier riesgo, empezó a vivir una vida estéril. Así es como se acaba abandonando cualquier ambición, cualquier posible autenticidad y se sella un destino en el que las posibilidades propias quedan abandonadas para siempre. Goethe se convirtió en una especie de coleóptero, un ser encerrado en un caparazón que le aislaba, le protegía… y acabó sumiéndolo en la desdicha, o por lo menos en un aburrimiento equivalente, al cabo, a la más triste infelicidad.
En nuestras sociedades, la existencia de Goethe en Weimar suscitaría, de ser conocida, bastantes envidias. Se comprende esta actitud en tiempos de crisis como los actuales, pero la verdad es que siempre ha sido así. A mucha gente, en nuestro país y en muchos otros vecinos, le gusta la idea de tener un trabajo fijo y garantizado para siempre, con independencia de las circunstancias y de las necesidades del momento. Hay otros países europeos, por ejemplo los países nórdicos, en los que la situación es distinta. Existe el funcionariado para los puestos delicados o de confianza, pero el resto de los empleados públicos no tiene ningún privilegio con respecto a las demás personas que trabajan para ganarse la vida. Saben que su continuidad en el empleo que ocupan depende de muchas cosas, entre ellas de su rendimiento y de las necesidades de la sociedad. El puesto de trabajo, lo que ganan, el esfuerzo y la realidad no están disociados.
Está claro que el actual modelo de función pública es, como tantas otras cosas que hemos conocido hasta aquí, insostenible. El debate se está abriendo en todas partes, y se barajan, como es lógico, argumentos económicos y políticos. No estaría de más que también se tuviera en cuenta esta otra dimensión, existencial y ética, que pone el acento en la vitalidad, en la creatividad, en la voluntad de asumir riesgos. Los españoles presumimos de autenticidad y de vitalismo. Ésta es una buena oportunidad para demostrarlo.
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