Historia

Irak

Nunca tan pocos

La Razón
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Nunca lo olvidaré. Sabían que el PP podía ganar más elecciones; que había triunfado en todas las áreas –especialmente la económica– donde ellos habían fracasado y que esa circunstancia los mantendría fuera del poder hasta la jubilación. No estaban dispuestos a consentirlo, pensara lo que pensara el sufrido pueblo español. El primer ensayo fue la campaña, sucia en todos los sentidos, del «Nunca mais» acusando impunemente al gobierno de un desastre natural. Pero las elecciones municipales dieron la victoria al PP precisamente en los municipios más afectados y comprendieron que la próxima campaña habría de ser más explosiva. La ocasión vino con la intervención en Irak. No les importaron ni las resoluciones de la ONU contra Saddam Hussein, ni que fuera un genocida, ni que llegáramos no con tropas sino con ayuda humanitaria después de acabada la guerra. Sólo les importaba agitar con la mentira para conquistar todo el poder que aún no estaba en sus manos. La obscenidad superó lo vomitivo. Fue desde el director de un programa de radio que afirmó que en el «No a la guerra» se sentía treinta años más joven a un cantautor que decía que había visto a todo el pueblo detrás de él. Pasó por los aguerridos titiricejas de caviar y moqueta que aparecieron por el congreso con camisetas del «No a la guerra» y por los que perpetraron el numerito incluso en las iglesias. Incluyó a sindicatos, terminales mediáticas, políticos y tontos útiles. La tensión que crearon fue tan eficaz que más de uno estuvo a punto de salir de alguna tertulia con un golpe –los insultos se daban por descontados– y si no fue así se debió a algún compañero que se interpuso. El agit-prop llegó a su estallido final el 11-M. En el programa del locutor con treinta años menos se afirmó de manera falsa y reiterada que se habían encontrado los restos de terroristas suicidas; los miembros de sindicatos y partidos sitiaron las sedes del PP al grito de «¡Asesinos!» y Rubalcaba, impúdicamente, violó la jornada de reflexión acusando al gobierno de mentir. Tras aquella maceración de dos años y doscientos muertos, un sector del pueblo español llevó a ZP a la Moncloa. Vino entonces la consumación de una orgía de hipocresía y demagogia. Irak se convirtió en el sambenito inquisitorial con el que condenar a millones de españoles, a los que una conocida columnista calificó directamente de «hijos de puta». Nunca creí que fueran pacifistas. Nunca lo creí porque cuando los pacifistas íbamos a la cárcel en España jamás vi a uno solo de ellos. Todo lo contrario. Habían servido sin rechistar en el ejército de un dictador al que luego execraron. Pero agitando aquel pacifismo falso, lograron que no pocos creyeran que un atentado terrorista es culpa del gobierno, naturalmente si es de derechas. Marxistas de la corriente Groucho, aquel que dijo lo de «éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros», ahora han decidido enviar tropas a Libia o callan como ramonetas lo que entonces vocearon. Ayer, sus mentiras cambiaron la Historia de España de la peor manera, entregando el poder a quien ha empujado a la nación por el camino de la crisis económica, del desplome educativo, del recorte de las libertades y de la ruina institucional. Nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos.