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Mi prima de riesgo por Alfonso Ussía

«La última, señor Ussía, que fue visto días atrás en un restaurante comiendo angulas»

La Razón
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Ayer me llamaron los de Standard & Poor's (S&P) para comunicarme que mi prima de riesgo ha superado los 2.567 puntos. Hasta la fecha, había oscilado entre los 1.870 y los 2.209, sin superar jamás los 2.500. Llevo muchos años vigilado por S&P, y la verdad, es que no me ha alarmado en demasía mi actual situación. Mejor aún, he decidido dar los pasos necesarios para ser intervenido de una vez por todas. Y ni corto ni perezoso he llamado a Standard, que se encontraba en ese momento reunido, y posteriormente a Poor's, que es el malo, un hijoputa con cenefas en la frente. Pero Poor's tiene una cualidad estimable. No engaña. Standard es más melifluo y taimado. Poor's va por derecho y si tiene que dar un puñetazo en la mesa, lo da y se queda tan tranquilo. Le he hecho ver que me ha sorprendido el aumento de mi prima de riesgo, y eso a Poor's le ha sacado de sus casillas. «Usted tendría que haber sido intervenido hace años», me ha soltado con sequedad de mojama. «Pues dígame qué soluciones me propone», le he rebatido con altiva firmeza. Ahí, tengo que reconocerlo y admirarme, le he dejado a Poor's sin palabras. Pero las ha recuperado con prontitud. «Usted no puede seguir gastando más de lo que tiene. Su actual situación financiera es calamitosa, y nos llegan continuas noticias de sus permanentes despilfarros. La última, señor Ussía, que fue visto días atrás en un restaurante comiendo angulas». En efecto, así fue, y no comprendo cómo se ha enterado Poor's de tan agradable efeméride. Le ha tranquilizado saber que fui de invitado gorrón, pero no del todo. Eso es lo que distingue a Standard de Poor's. El primero me habría animado a seguir gastando con moderación, en tanto que el segundo me amenaza con la intervención inmediata. Y yo me pregunto. ¿No es mejor estar intervenido que vigilado? A los griegos los han intervenido y les llueven millones de euros cada día que pasa, pero lo mío es de cornudo, y además, apaleado. Me suben la prima de riesgo, se enteran de que he comido angulas, –en «Kulixka», insuperables–, me suelta Poor's un chorreo descomunal y no terminan de atreverse a intervenirme. Visto lo cual, he adoptado una sublime decisión. Voy a tirar la casa por la ventana.

Mis nietos van a tener unos Reyes Magos impresionantes. En mi casa no se celebra el «Halloween», ni se come pavo el Día de Acción de Gracias, ni se ven partidos de la NBA ni se le permite la entrada a Papá Noel. Pero los Reyes Magos van a tener trabajo este año con mi familia.
Y la próxima vez que acuda a comer angulas, lo voy a hacer pagando, y si tirita la tarjeta de crédito que tirite, que para eso estamos en diciembre. Seré al fin como el gran Saki cuando dijo que vivía de tal modo por encima de sus posibilidades, que por decirlo de una manera clara, sus posibilidades y él vivían aparte. Sucede que a Saki no le imponían ni Standard ni Poor's su prima de riesgo, y sin prima de riesgo se vive con mucha más tranquilidad y holgura. Porque la información de las primas de riesgo se reparte por todas partes. Hoy, en una frutería de gran renombre, he intentado adquirir tres kilos de albaricoques –que están carísimos porque no son frutas de invierno–, y el frutero, que me conoce de toda la vida, con expresión abatida y sin mirarme a los ojos me ha dicho: –Lo siento. Pero con su prima de riesgo sólo le puedo servir un kilo y medio. Me lo han ordenado los señores Standard y Poor's–.

Vaya con el par de cabronazos. Pues que me intervengan.