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Manguis y trinquis por Alfonso Ussía

La Razón
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Me contó Antonio Burgos mientras navegábamos de Lisboa a la isla de Guadalupe con Miguel De la Quadra Salcedo de comandante en jefe, que el «Beni de Cádiz», uno de los personajes con más gracia y talento natural que ha dado Andalucía la Baja en las últimas décadas, estableció una diferencia entre el «mangui» y el «trinqui» que mantiene, hoy en día, todo su vigor. En nuestra profesión, la de escribir y hablar, a veces más de la cuenta, entre dar una conferencia con «mangui» a darla con «trinqui» hay largo trecho y espacio. El «mangui» o «mangoleta», consiste en recibir, a cambio del trabajo de la charla y el desplazamiento, una cordial acogida, un regalo y una generosa comida o cena con «jamoncito del bueno», que para el Beni era vianda fundamental. El «trinqui», cuando hay dinero de por medio. Así que Antonio se iba a Málaga a dar su charla y el «Beni» le preguntó: «¿Vas de "mangui"o de ‘‘trinqui"?». Y al responderle Antonio que la conferencia la habían organizado unos amigos a los que no podía cobrar, y que iba por ende de «mangui», el «Beni» le recordó que exigiera «jamoncito del bueno» para compensar el trabajo y el esfuerzo del desplazamiento. En los últimos años, Antonio y quien escribe han mantenido sagrados turnos en la «mangoleta». Él paga en Sevilla y el que escribe, en Madrid. Y en más de una ocasión, uno y otro nos hemos beneficiado de langostinos de «mangoleta» a costa de don Francisco Romero, el gran Curro, al que un día dejamos tieso cuando se adelantó a pedir la cuenta: «Me habéis costado en una comida lo mismo que cobro por una corrida». Le salió un pareado sonriente al genio.

El «trinqui» no es peyorativo. Es justo cobrar por trabajar. La sustancia no está en el hecho, sino en el método. El juez Garzón se fue a dar unos cursos a Nueva York, y es lógico que percibiera a cambio de ello unos apetecibles dólares. Pero le falló el método en la consecución del «trinqui». No se puede ser el titular de un Juzgado de la Audiencia Nacional y usar del cargo para pedir un considerable «trinqui» a cinco de las más importantes sociedades anónimas de España. Sumadas las cantidades percibidas, se alcanza la cifra –más o menos–, de ochocientos mil dólares de «trinqui», que para dar unos cursos es «trinqui» excesivo y alguno de ellos solicitado por escrito y en papel timbrado de su Juzgado de la Audiencia Nacional.

Ha declarado la insustancial –no la creía así– de Carmen Chacón que Garzón está siendo juzgado por perseguir la corrupción. Y eso, además de una barbaridad, es una mentira perversa. Garzón, en principio, está siendo juzgado por ordenar que fueran grabadas en la cárcel las conversaciones entre los acusados de la trama «Gürtel» y sus abogados. Y va a ser juzgado también por un presumible paseo por los predios de la prevaricación. Decir que se le juzga por investigar los crímenes del franquismo –de Carrillo no quiso saber nada–, o combatir la corrupción es un lugar común, una defensa elemental y necia que nada tiene que ver con la realidad. Y hay un tercer asunto pendiente, que está ligado fundamentalmente a lo que el «Beni de Cádiz» bautizó como «trinqui». Su caso cansa, y hastía aún más la mentira argumental de sus defensores. Insisto de nuevo en que nada me complace que Garzón se siente en el banquillo de los acusados. Antes de que le embriagaran los sueños del poder político, fue un valiente y eficaz juez enfrentado al terrorismo. Posteriormente protagonizó en ese mismo campo episodios inauditos. Pero a Garzón nadie lo persigue. Se le juzga por sus supuestos errores y presumibles abusos. Lo demás, es faramalla barata.