Desapariciones

120 días sin María

Antonia Revuelta, madre de la mujer desaparecida en Boadilla, intenta mantener la esperanza. La Guardia Civil sigue rastreando la región y ahora se centrará en los vertederos. 

Antonia espera en su casa alguna noticia que arroje luz sobre lo que le ocurrió a su hija el pasado mes de diciembre
Antonia espera en su casa alguna noticia que arroje luz sobre lo que le ocurrió a su hija el pasado mes de diciembrelarazon

Los días 12 de cada mes no son especialmente duros para Antonia. Suena el teléfono más de lo normal y en la plaza que hay debajo de casa suele haber alguna unidad móvil de televisión para hacer una conexión en directo. Pero nada de eso molesta ni anima a esta mujer de 62 años. Nada cambia en lo esencial de un día cualquiera. Cuando llevas cuatro meses sin saber nada de tu hija, dice, se aprende a priorizar los problemas, y lo que podría suponer una molestia para otra persona, a ella, simplemente, le da igual. Es más, atiende amablemente a todo el mundo y por su boca sólo salen palabras de agradecimiento hacia la Guardia Civil, que no ha cesado en su empeño de encontrar a su hija, y a la Prensa, por interesarse. Incluso pide perdón cuando se derrumba al recordar a «mi niña»: «Siento mucho daros la pelma con mis lágrimas».

La entereza de Toñi, como la llaman, es encomiable. Ya han pasado 120 días desde que María Piedad, la menor de sus hijos, salió por la puerta de su casa de Boadilla, y los agentes continúan buscándola. Pero Toñi, lejos de quejarse, le da las gracias a Dios por tener los dos nietos que tiene (ambos hijos de María, de 9 y un año), que le ayudan a «tirar para adelante». «Acabo de echar al pequeñín en la cuna. Está precioso. Y Alejandro, el mayor, va a hacer ahora la Comunión», dice orgullosa. En todo este tiempo ha barajado todos los finales. «Muchas noches me despierto de madrugada y miro por la ventana, por si volviera. No hay ninguna prueba de que esté muerta, ¿no?», pregunta esperando un argumento al que aferrarse. Efectivamente, no se ha encontrado ninguna prenda ni resto de sangre que pertenezca a su hija. Pero, precisamente, ese «nada» es lo que a Toñi, en el fondo, le da mala espina.