Murcia
Un ensayo sobre la soledad por Antonio PÉREZ CRESPO
La soledad es un tema que ha sido objeto de un detenido estudio por Ángel Herrera Oria, en artículos, conferencias y homilías. Distingue entre dos formas de soledad: la exterior, física, corporal, el estar solo, a solas, sin nadie. Y una segunda, la interior, compatible con la compañía y convivencia social. La soledad que siempre es necesaria, es la interior, la del corazón, es la del hombre que aunque físicamente esté entre los hombres conserva en la parte más serena de su alma de una gran paz interior. Estas dos clases de soledad, de forma distinta, buscan respuesta a la pregunta decisiva: la concepción cristiana de la vida. La soledad no es un fin, sino un medio para un fin.
El fin de la soledad es la compañía, no el aislamiento, pero hay que especificar cual es esa compañía y con quien se está. La filosofía de la soledad da dos respuestas: la razón interior, o natural; y la razón superior o revelada.
La definición de la filosofía de la soledad fue formulada por la sabiduría grecolatina: voy a la soledad a encontrarme a mi mismo. Respuesta que tiene un valor acentuado, aunque incompleta, resultando insuficiente para la vida cristiana.
La teología de la soledad incorpora algo esencial al concepto anterior: vamos a la soledad, a encontrar compañía y esa compañía es la de Cristo. Si la consigues tienes a Cristo en el alma como un hombre más o menos perfecto. Si no tienes a Cristo en el alma eres un hombre incompleto.
La soledad tiene una extraña fuerza unificadora del alma y con ella el hombre supera la enajenación, y se pone en contacto intimo y profundo con uno mismo. Por eso unifica.
La soledad lleva al encuentro con Cristo y de forma directa y personal con Dios, realidad suprema siempre presente en el alma, que conduce claramente a la soledad necesaria para la unión del alma con Dios.
De alguna forma, la soledad lleva de nuevo al hombre al primer encuentro con Dios en el Paraíso y nos coloca de nuevo en presencia de Dios. Perciben la soledad profunda del alma, como un ligero susurro del paso del Señor. La soledad exterior es necesaria, al igual que la soledad interior, estimándose como un aislamiento físico, temporal y prolongado. Para conservar la soledad interior es necesario buscar la soledad exterior.
Es preciso seguir algunas normas de los ejemplos personales del Señor para concretar el cuándo y el porqué de la huida al desierto, al existir momentos en los que es indispensable la soledad exterior, que viene dada por la necesidad de convertirse del pecado a Dios, antes de entregarse totalmente a éste. Una vez convertida su alma, continua por el camino espiritual para adentrarse por el desierto de la soledad física.
La profecía de Oseas de la esposa infiel y la parábola del hijo pródigo, manifiestan la necesidad de un cambio interior que incluye el huir al desierto para retornar a Dios, después del pecado y subir por la escala de la vida en gracia. Dios lleva al desierto y a la soledad exterior a las almas descarriadas, para convertirlas en santas, purificándolas, y para ello las lleva a la soledad, y en ese aislamiento se oyen palabras divinas.
Antes de tomar una grave decisión es preciso buscar la soledad y el contacto con Dios. En los asuntos graves, además de consultar a los hombres, consultemos a Dios en la soledad. En los grandes momentos de la vida pública, las decisiones del Señor eran posteriores a largas horas de oración y retiro. Ya que el desierto fue para el Señor, antesala de su vida pública.
La soledad nocturna la practicó el Señor antes de la elección de los apóstoles. Y en Getsemaní, con la oración en agonía fue precedente de la Pasión. Estos ejemplos marcan el camino ineludible a la vida espiritual de cuantos quieren aspirar a la perfección. Y también en el orden natural debe de practicarse antes de tomar grandes decisiones. Quien no lo hace se expone al error en decisiones importantes.
Recordemos el descanso que Jesús aconsejó a sus discípulos tras las primeras expediciones apostólicas. En estas, fue necesario retirarse a un lugar tranquilo. En la soledad física, la separación de todo y de todos es donde pueden encontrar alivio las almas que caen en la tristeza o se ven perseguidas, o sufren la violencia de la vida por contrariedades familiares. En la soledad y en el silencio se encuentra el refugio a situaciones difíciles, restaurando sus fuerzas el hombre activo agotado, ya que en la soledad Dios habla a los hombres y la oración vigoriza su alma con la comunicación del Espíritu Divino.
Sin darse cuenta, en muchas ocasiones, el triunfo puede perjudicar más que una derrota. Después de la multiplicación de los panes y los peces, hubo una explosión en la popularidad de Cristo, que se apartó de la muchedumbre cuando querían proclamarle Rey, marchándose al monte toda la noche. Jesús se retiró para expresar su preocupación por este hecho a su Padre, eludiendo el entusiasmo pasajero de un triunfo.
Las horas amargas de la vida, equivalen a las horas de Getsemaní, o del Calvario. Son las horas de la gran fidelidad que no son posible sin recurrir a la soledad física necesaria para cuantos se dedican al apostolado, tanto clérigos como laicos, dentro de la Iglesia y en el mundo. Las personas activas deben reparar sus fuerzas desgastadas en el apostolado con la oración, siendo necesario en estos casos reunirse en consejo con personas más capaces. Y en todo caso, acudir a la soledad. La vida interior ordena la vida apostólica tanto en el orden natural como en el sobrenatural.
En el orden sobrenatural la vida interior ordena la vida apostólica al apaciguar el alma y producir una tranquilidad en las potencias naturales. Una vida interior fuerte consolida en el alma del apóstol las virtudes, abre la influencia divina de los dones sobrenaturales y proporciona luces extraordinarias y energías eficaces.
El pensamiento es anterior a la acción, y es la sabia norma aristotélica que puso en práctica Santo Tomás y San Ignacio. Puede compararse el apostolado con la preparación de una operación de un Estado mayor o de una empresa bien organizada, que prepara los proyectos antes de iniciar la acción.
La carencia de ideales y la necesidad ante los grandes valores del espíritu pueden estar provocados por la falta de valores que se deberán recuperar para fortalecer la interioridad de los valores profundos del hombre.
Es necesario distinguir entre el hombre de ideales y el hombre de espíritu, ya que el primero no incluye al segundo, el cual incluye necesariamente al primero. El hombre de espíritu es la perfecta expresión del hombre de ideales, el cual siembra una idea grande y realizable dedicando generosamente su vida a realizarlo.
El hombre de espíritu no lo es por el cultivo de su propia alma sino porque a través de la purificación ascética de la misma y guiado por la fe, se ha puesto en comunicación con el espíritu divino del que participa.
Hombre de ideales es el que alcanza lo que podríamos denominar primer nivel de interioridad: el del encuentro consigo mismo, y los valores que por educación o estudio ha adquirido. El hombre de espíritu opera en segundo plano, el sobrenatural, el del encuentro con Cristo y con el cuadro de valores revelados.
Discurre en perfecta consonancia con la distinción entre la filosofía y la teología de la soledad. El hombre de ideales responde a la filosofía, el hombre de espíritu responde a la teología.
El hombre de ideales se eleva a hombre de espíritu cuando acepta a Dios, cuando se pliega a la inspiración y voluntad de Dios, recibiendo nueva energía superior. Nueva luz trascendente y divina. Dios se alza como fuerza motor del ideal. En la actualidad hacen falta hombres de espíritu, de vida interior, que reciban energía sobrenatural y espiritual del motor divino. Como resumen, hombres que vivan los dones del espíritu santo, que tengan almas místicas.
De esta forma se presenta el apostolado ante la tarea de los hombres de espíritu, que son llamados a pacificar y tranquilizar el mundo, que tienen la altísima misión de llevar a la noche oscura de la vida pública aunque no deben lanzarse a la acción sin conseguir sosiego y una auténtica altura mística cristiana.
Antonio Pérez Crespo
Cronista Oficial de la Región de Murcia
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