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Un hombre frente a la barbarie
Mientras a este lado del Telón de Acero la casta intelectual fabricaba coartadas en su cadena de montaje para justificar las dictaduras comunistas, al otro lado unos pocos valientes batallaban en solitario por la libertad. Vaclav Havel fue uno de ellos. Sin más armas que la pluma y la palabra, se erigió en la conciencia moral del pueblo checoslovaco, sojuzgado por los tanques soviéticos, y socavó con tenacidad de profeta las alambradas tendidas por el régimen. Sufrió persecución, destierro y cárcel. Pero no pudieron con él, y su voz se elevó sobre las bayonetas, las hoces y los martillos para proclamar que la libertad no era sólo un sueño. Caían los primeros cascotes del Muro de Berlín cuando, a su pesar, fue elegido presidente de Checoslovaquia. Condujo el país a través de una Revolución de Terciopelo y lo devolvió a su lugar natural: el corazón de Europa. Acertó muchas veces; se equivocó en otras. Pero sólo alguien con su coraje y dignidad pudo hacer lo que nadie hubiera tenido la grandeza de hacer tras cuarenta años de tiranía: decretar una amnistía general y reconciliar a una sociedad desgarrada por el miedo. Como dramaturgo, ensayista y poeta fue ejemplar. La Historia, sin embargo, le ha reservado el laurel de los héroes, de esos pocos hombres dignos que no se doblegaron ante la barbarie mientras en los cafés de Europa la izquierda mojaba su superioridad moral en el aguachirle de la ignominia.
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