BNG

Retrato de un hombre solo

La Razón
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Las derrotas se contrarrestan con valores. Las abstracciones resultan un bálsamo eficaz contra el pesimismo. Es lo que hizo ayer Rubalcaba. Apelar a las ideas. A las convicciones. Invocar a los bastiones profundos del partido para levantar el ánimo de un electorado, el suyo, que ayer deambulaba algo sonámbulo, algo K.O. por este croché electoral que les tumbaba las expectativas. Cuando se recurre a eso es que ya no queda nada. O queda poco.
El ambiente, desde el principio, era un augurio. Sin banderas. Sin palcos para saludar al votante. Sin tarimas exteriores para el «speech», porque no había público para tanto. De vez en cuando, un coche y un pitido sin un significado claro. Casi todo eran vaticinios. Encuestas que anticipaban ya las cifras de un escrutinio que delineaba con claridad el nuevo planisferio parlamentario. Apenas había presencia de socialistas en la sede del PSOE, que, en cambio, sí bullía con periodistas, cámaras y fotógrafos.


Las debacles no suelen tener nombres, sino caras, que es donde el alma se conjura para delatar al pensamiento. Como la de Rogelio Blanco, discreto y con un sombrero tirando a verde que no daba para disimularle la mirada. O la de Zerolo, silenciosamente serio, que subía o descendía, no se sabe muy bien, por Ferraz sin responder preguntas. El consuelo de una seguidora era que el PP no alcanzara la mayoría. El resto le debía sonar a páramo. Había que recurrir al eslogan para reconfortarse. «Tú sí que vales, tú sí que vales». A los aplausos inmediatos para arropar a los ministros que iban apareciendo poco a poco.
Rubalcaba se había refugiado por la mañana en los hábitos, que suelen carecer de importancia en los días corrientes, pero que cobran mucho interés en las jornadas excepcionales.Por la noche recuperó la artillería verbal, la metalurgia de la palabra para volver a hacer ideología. Para reivindicar la bandera política. El candidato apareció ante sus seguidores rodeado únicamente por su equipo. Los otros que le acompañaban estaban en el lateral. Lejos del fogonazo de luz de las televisiones, lo que resaltaba esa sensación de que, al final, la fotografía de la derrota siempre es la imagen de un hombre solo.