Sevilla
Deslealtad socialista
En apenas dos meses el PSOE ha pasado de la moqueta al asfalto con una gran variante: el congreso de Sevilla y la elección de Rubalcaba como secretario general. Los socialistas españoles, aunque no todos, tienen muy mal perder y el propósito de la nominación de Rubalcaba no era otro que poner a España contra las cuerdas, interna y externamente. Por eso en su último viaje a Sevilla tildó a los asalariados de «casta privilegiada», dejando entrever parte de la estrategia en la que se fundamentará su mandato como máximo líder socialista. Esa política consiste en el «cuanto peor, mejor», peor para todos los españoles y el conjunto del país y, mejor, para su estrategia huna de «tierra quemada», esos territorios europeos en los que no volvía a crecer la hierba por donde pasaban los bárbaros euroasiáticos. Sólo dos semanas después de su elección ya observamos los primeros movimientos de tropas. Los dirigentes sindicales con salarios de más de 180.000 euros, los miles de liberados con salarios regalados por el PSOE, las prebendas a los hijos y familiares de los políticos que aún detentan el poder en Andalucía, las deudas que dejaron bajo las alfombras para que se las comiera el PP, el despilfarro generalizado en la gestión pública los largos años en los que permanecieron en el poder, el trato de favor a los banqueros y otros gestores corruptos, la nula capacidad para taponar las heridas que desangraban a España, la incapacidad de frenar el paro hasta alcanzar la cifra más alta de la UE con seis millones de desempleados, el desguace de miles de empresas de autónomos y Pymes y las dos recesiones bajo el mandato de Zapatero, son sólo una muestra de los que ahora critican y ellos fueron incapaces de resolver. Ahora quieren volver al poder convirtiendo a España en una nueva Grecia o Italia, donde los gobernantes caen asediados por la violencia callejera, el desorden público, el todo vale y el «cuento peor, mejor». Al más puro estilo Rubalcaba, del que es especialista y, la deslealtad, su fórmula. Y las fases están claras: primero se protesta contra la reforma laboral, por muy legítimas que sean las manifestaciones; después, como han hecho Rubalcaba, Toxo y Méndez, se pide a los jóvenes que se manifiesten arbitrariamente y a renglón seguido que suban el tono de las protestas y, por último, se destrozan las ciudades, se queman los containers y cuanto cojan a su paso, para acabar con enfrentamientos con la Policía que pondrán a los políticos bajo la crítica. ¿Les suena todo esto?
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