Barcelona

La campaña del miedo

La Razón
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La campaña electoral para los comicios del 22 de mayo ha alcanzado su ecuador con suerte dispar para las dos grandes formaciones. La mejor noticia para los populares ha sido que la importante brecha que los distanciaba de los socialistas no se ha movido y que, por lo tanto, estos días no han servido para mejorar las expectativas del partido en el Gobierno. Para el PP, su posición de partida ya resultaba garantía de un éxito significativo con la vista puesta en el cambio a nivel nacional y en apuntalar su discurso sobre la necesidad de un adelanto de los comicios generales. Aunque hay una coincidencia general en que las campañas apenas modifican la intención de voto y que el propósito de los partidos se reduce a inducir o remover apoyos entre los indecisos o entre sus votantes descontentos, es cierto que se libran contiendas particulares en comunidades y ayuntamientos decisivos, en los que una pequeña fluctuación de apoyos puede alterar las posiciones. Que esas batallas caigan de uno u otro lado determinará también la interpretación de la victoria y de la derrota y sus consecuencias. La suerte que se corra en feudos como Castilla-La Mancha, Extremadura o Aragón, o en ciudades como Barcelona, Sevilla o Zaragoza, será capital para calibrar exactamente la disposición final especialmente del PSOE, porque el PP se encuentra asentado en expectativas de voto muy consistentes. Como era de prever, la campaña de las autonómicas y municipales está girando en torno a las grandes cuestiones nacionales y puede decirse que es propia de unos comicios generales. El PSOE ha perdido esa pugna porque su estrategia dependía de primar los debates sobre políticas regionales y locales. Era una misión imposible porque el estado de la nación, la crítica situación que atraviesan millones de ciudadanos, lo condiciona todo. Centrar los mensajes en las controversias vecinales en una nación con cinco millones de parados era surrealista. El PP ha sido capaz de hacer prevalecer lo que inquieta a la gente, que se hable del paro y de la economía, de cómo superar la crisis. Como no puede presentar un balance favorable, el PSOE ha replicado con el rancio discurso del «miedo a la derecha», identificando al PP como un partido ultra. Y con planteamientos esperpénticos como responsabilizar a los populares de los cinco millones de parados, o llamar «bellacos» a quienes le acusen de haber llevado a cabo «recortes sociales». Los mensajes socialistas demuestran que se sienten inferiores, superados por las consecuencias de su calamitosa gestión, de la que la presencia del entorno de ETA en las instituciones ha sido la guinda amarga de una etapa negra. Pagan el descrédito de Zapatero, que no es cosa sólo de Rajoy, sino de organismos como la UE, el BCE, el FMI y la OCDE, que no le creen y reclaman nuevos ajustes, así como de una confusa nebulosa en la que está inmerso el partido con un líder prejubilado, con los aspirantes haciendo la guerra por su cuenta y con los barones ocultando los símbolos y los dirigentes nacionales. Un partido desnortado que enfrente, además, tiene a una formación seria y centrada bajo el liderazgo sólido de Rajoy, que se mantiene firme en sus convicciones sobre lo que le conviene al país y al PP.