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Ayuda al desarrollo para «Teodorín» Obiang
Francia confisca las propiedades multimillonarias del hijo del dictador guineano. En 2010, España aportó al país africano casi 15 millones en cooperación
Se hace llamar «príncipe» pero no tiene una gota de sangre real. Teodoro Nguema Obiang Mangue es, sin embargo, el heredero del trono dictatorial de Guinea Ecuatorial, que su padre, Teodoro Obiang, dirige con mano de hierro desde que en él se encaramó, vía golpe de Estado, en 1979. Desde entonces ha sido reelegido, por mayorías que superan el 90 por ciento y en procesos electorales de dudoso cariz democrático. Metido ya en la cuarentena, «Teodorín», su primogénito, y a quien el patriarca nombraba no hace mucho vicepresidente del partido en el poder (Partido Democrático de Guinea), es, de entre la prole del autócrata, el elegido para sucederle. Pero el «niño mimado de África» no ha esperado a reemplazar a su progenitor septuagenario (y uno de los dirigentes africanos más ricos del planeta) para saciar sus delirios de grandeza y su desmedido apetito por el lujo más ostentoso y hasta indecente.
Sobre todo desde que la antigua colonia española se transformara en los noventa en el Kuwait de África y en sus costas se descubrieran yacimientos petrolíferos. Un «maná» que ha colocado de nuevo a Guinea Ecuatorial, un Estado que apenas supera el medio millón de habitantes, en el mapa, convirtiéndole en el tercer país productor de petróleo del continente y uno de los primeros en renta per cápita. Sus ingresos nacionales multiplican por diez a los de sus vecinos subsaharianos. Y los provenientes del oro negro han pasado de 190 millones de dólares en 2000 a 8.500 millones en 2009. Durante una década su producto interior bruto (PIB) ha crecido a un ritmo de dos dígitos anuales. Pero la riqueza de una élite, y de la familia presidencial en concreto, ha sido directamente proporcional a la pobreza de la mayoría de su población.
200 dólares de sueldo
El 60% vive con menos de un dólar por día mientras según datos del Banco Mundial su renta por habitante ronda los 20.000 dólares. El acceso al agua potable es un privilegio al que sólo tiene acceso algo menos de la mitad de los guineanos en un país donde una consulta médica cuesta 60 euros de promedio por un salario mínimo mensual que no llega a los 200 dólares. España o Francia son sus principales contribuyentes en ayuda al desarrollo aunque en veinte años París ha reducido sus partidas sensiblemente, de 18 a 1,5 millones entre 1988 y 2010.
La enfermedad que aquejaría, según algunos expertos, a este país de África Occidental tiene nombre: «el mal holandés». Un síndrome por el cual el aumento exponencial de los ingresos económicos fruto del petróleo conlleva aparejado – y casi de manera inexorable– el aumento de la corrupción y el declive de otros sectores como el de productos manufacturados. Sus síntomas son claros: sistemas organizados de saqueo y monopolización de los recursos; y progreso de las corruptelas en detrimento de una mejora de las políticas públicas. En el ránking de cleptócratas establecido por varias ONG, el dirigente guineano ocupa un puesto privilegiado con un presunto desfalco de unos 1.000 millones de dólares en fondos públicos desviados.
Sin duda, uno de los principales beneficiarios, «Teodorín» Obiang, cuyo salario mensual de apenas 3.500 euros como ministro de Agricultura no alcanzaría a explicar un fastuoso patrimonio, en buena parte labrado en Francia, y sobre el que la justicia gala lleva investigando desde 2008 a raíz de la denuncia por «desvío y malversación de fondos públicos» interpuesta por Transparencia Internacional contra Obiang pero también contra los presidentes de Gabón y Congo.
Por eso «Teodorín» es desde hace sólo unos días algo menos rico. La justicia de París le amputaba buena parte de su fortuna en este país. Diez días han pasado los agentes de la Oficina Central para la Represión de la Gran Delincuencia financiera (Ocrgdf) escudriñando y vaciando cada rincón del opulento palacete de la Avenida Foch de París, una exclusiva dirección en pleno barrio de las embajadas y a solo unos pasos de los Campos Elíseos. Un «petit Versalles» de seis plantas, 101 habitaciones y 5.000 metros cuadrados valorado en 75 millones de euros en el mercado inmobiliario. Diez días han pasado descolgando cuadros, embalando mobiliario de época cuyo valor rondaría los 40 millones y clasificando objetos de arte hasta cargar 200 metros cúbicos de bienes «sospechosamente» adquiridos.
Entre ellos, piezas de colección con un «bureau estilo Luis XV», un péndulo de 3 millones de euros y buena parte de las obras por las que Obiang hijo pagó algo más de 18 millones en la subasta de la colección Yves Saint Laurent & Pierre Bergé en 2009, alertando ya entonces a los servicios antiblanqueo del Ministerio de Finanzas. Entre los 109 lotes, varias decenas de huevos Fabergé, figuras como el «Hermafrodita en bronce», por un importe de 744.716 euros, y una pintura de Monet de 12 millones que sin embargo no ha aparecido entre las paredes de esta cueva de Alí Babá. Todo pagado por transferencia bancaria a cuenta de la Somagui Forestal, una sociedad de explotación maderera dirigida por el ministro de Bosques, nombrado en diciembre delegado adjunto ante la Unesco para poder así cubrirse de inmunidad diplomática en vista de un posible imputación.
«Teniendo en cuenta las funciones ocupadas por el interesado en Guinea Ecuatorial y el particular hecho de pagar la compra de obras de arte a cuenta de dicha sociedad, la presencia de bienes adquiridos fraudulentamente es digna de sospecha», detallaba la célula antiblanqueo (TracFin) del Gobierno galo en 2009.
La residencia contaba con otros tesoros como un comedor enteramente decorado en coral, una «Turquerie» o evocación exótica oriental realizada en paneles de cristal Lalique, un hamman y una sala de cine que «Teodorín» no debía utilizar con asiduidad. Como tampoco las decenas de trajes de firma que poblaban su guardarropa. Valorados cada uno en varios miles de euros, los Armani, Gucci, Versace… colgaban, impolutos, con la etiquetas in retirar.
Y es que el heredero de Malabo apenas se dejaba ver por el palacete de la avenida Foch, transitado sin embargo por otros miembros de su familia y una corte de chóferes y empleados de servicio que aseguran no solían verle más de tres veces por año. Una mala racha para el «príncipe» guineano al que ya le fueron confiscados el pasado mes de octubre una docena de vehículos de lujo de la treintena de Porsche Carrera, Mercedes Maybach, Aston Martin, Maserati, Ferrari, Bentley, Rolls-Royce y su preferido, Bugatti Veyron, valorado en algo más de un millón de euros, que en 2009 transitaron por Francia desde EE UU sin cumplir, al parecer, todas las exigencias aduaneras. Algunos de esos bólidos, cargados, según Daniel Lebegue, presidente de Transparencia Internacional, a cuenta del Tesoro público del país africano.
Mansión en Malibú
En Estados Unidos, la justicia le acaba de despojar de su mansión de Malibú, 15.000 metros cuadrados con vistas al Pacífico, canchas de tenis y golf y un particular paseo de la fama estrellado como el Hollywood Walk of Fame, valorados en 30 millones de dólares. Sus activos confiscados superan los 70 millones, entre los que se incluye su jet privado (39 millones) y un guante incrustado de cristales perteneciente a Michael Jackson, aunque se desconoce a cuánto asciende su riqueza personal.
En París como en Los Ángeles, el prurito de la justicia parece acabar imponiéndose a los intereses económicos-petroleros del Estado que durante años han llevado a sus dirigentes a desviar la mirada. «Los gobiernos franceses han cerrado los ojos por la implantación de la petrolera Total y el apoyo financiero que esos dirigentes africanos habrían dado a las campañas electorales galas», según revela el libro «El escándalo de los bienes mal adquiridos».
Parece así llegar el fin de una impunidad y una opacidad alimentadas en el caso francés al calor de la «Françafrique», una política que durante décadas ha servido para mantener relaciones de dependencia y servidumbre entre las antiguas colonias (o países de influencia francesa como Guinea Ecuatorial). «Estoy convencido de que estos hechos no quedarán impunes y tarde o temprano los dirigentes implicados o sus descendientes rendirán cuentas», aseguraba optimista a «Le Parisien» el presidente de Transparencia Internacional, seguro de que la brecha ahora abierta «ya no va a poder cerrarse».
Vecinos en la Avenida Foch
Los Obiang, Bongo y los Sassou Nguesso no son sólo fronterizos vecinos en África. También comparten vecindad en la prestigiosa avenida Foch de París, a sólo unos metros del Arco del Triunfo y de los Campos Elíseos. Además del lujoso palacete de «Teodorín» Obiang, en esa dirección la familia Bongo, mandatarios en Gabón, posee también dos apartamentos de 88 y 210 metros cuadros y otro de estas mismas dimensiones a pocas calles pero sin salir del cotizado distrito XVI. En total, serían dueños de 39 propiedades inmobiliarias de alto standing y de 70 cuentas bancarias. En el caso del presidente de Congo, la familia Sassou N'Guesso y sus allegados dispondrían de 24 propiedades y 112 cuentas bancarias en Francia, según una investigación preliminar de la policía abierta contra la corrupción y el blanqueo de dinero de estos dirigentes sospechosos de haberse forjado un patrimonio en suelo galo a costa de la riqueza nacional de sus respectivos estados.
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