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El adiós de Zapatero

La Razón
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«El poder no me cambiará», prometió. «¡No nos falles, no nos falles!», coreaban sus votantes. Hoy está reducido a carne de caricatura, tras haber dado la vuelta a todas sus políticas como a un calcetín. El tsunami de la crisis económica desarboló la nave de su gobierno y descubrió su impericia para las singladuras difíciles. Bien sabemos los españoles los estragos causados en nuestras vidas por este timonel empecinado. Calvario de legislatura. De daños agravados y oportunidades perdidas. Agotada desde que Zapatero comenzó una huída hacia adelante que no le permitirá escapar al destino, ese que a menudo encontramos por los caminos que tomamos para evitarlo. No hay un solo gobierno en Europa que haya salido reelegido desde que la crisis se desató. Todos caen. Como caerá el de Zapatero. Se presente o no, después de tanto espectáculo obsceno sobre su futuro. Es un problema de credibilidad. De obcecación estéril también. Decidió prolongar la agonía y acabará en la escombrera de la historia. Tarde para labrarse un lugar más digno, pues agotó hasta lo que un dirigente nunca debiera perder. «Todo político ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios. Pero un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia es superior al precio que implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación». Suárez al pueblo español aquella tarde de enero de 1981 en la que, dimitiendo, sirvió a España.