Cristianismo
Por el amor a Dios
No me refiero a las dificultades que encuentra la fe en nuestra cultura actual, porque se enfrenta a influencias negativas, o a leyes humanas que las dificultan, sino a tantos y tantos millones de creyentes que se enfrentan a la muerte por tener fe.
Así ha vivido la Iglesia su fe desde el principio. Los dos primeros siglos después de Cristo fueron un tiempo de martirios innumerables para las comunidades católicas.
La historia de la Iglesia está llena de heroísmos de quienes aceptaron morir antes que renunciar a Dios. Es la contundente afirmación bíblica: «No amaron tanto la vida, que temieran la muerte».
Juan Pablo II afirmó que el siglo XX había sido el de más persecuciones y mártires de toda la historia.
Mas, en el inicio del siglo XXI, ser cristiano es, en muchas naciones, una situación de máximo riesgo. La Comisión de Conferencias Episcopales ha declarado que, al menos cien millones de católicos son perseguidos en el mundo.
Una consecuencia de esta realidad es que, quienes no estamos en esa situación –aunque sí en ambientes que se crean y se cultivan para menguar la fe del pueblo– no hemos de disimular nuestra condición de creyentes cuando no nos jugamos la vida, sino una burla, o una situación embarazosa.
Otra consecuencia es que, aquellos que han dado la vida por no renegar de su fe, es porque amaban a Dios. Pues se puede tener fe en Dios, pero sin que ello abra al amor a Él.
Ha resonado en el mundo la afirmación de la paquistaní Asia Bibi: «Si me han condenado por amar a Dios –no dice sólo por creer en Él–, estaré orgullosa de dar mi vida por Él».
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