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La democracia sumergida

Rafael Reig narra «los límites de la Transición» como el trasfondo de una novela negra llena de humor.

La Razón
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Dice Rafael Reig que ya nadie quiere escribir novelas ambiciosas. «Que los escritores buscan novelas costumbristas o complacientes, y nadie se atreve a hacer ‘'Guerra y paz''», afirma. Él lo ha intentado condensando más de un siglo de la historia de España como telón de fondo. «Decía Cánovas que España la dirigen 200 familias. Y lo que es peor, la siguen dirigiendo. Las mismas», asegura el escritor, que retoma su detective Carlos Clot y le lleva a una situación límite. «Tiene cirrosis hepática y está enamorado de una ‘‘chacha'' que quiere formar un comando revolucionario.

Pero el final es esperanzador», revela Reig, que escribe con un estilo afilado y lleno de humor, «tan navajero como lírico. Porque quiero llegar a los que leen dos libros al año y que el mío sea uno. Si lo haces para las 1.500 personas que leen siempre, nunca me podré forrar, y es lo que quiero», dice Reig, profesor de escritura en el Hotel Kafka. Pocas cosas son convencionales en «Sangre a borbotones». Desde un Madrid inundado en el que la Castellana es un gran canal navegable, Cibeles, una isla y Atocha y Legazpi, embarcaderos, hasta la trama de asesinatos que se cometen con hostias consagradas que en realidad están envenenadas, pasando por un ecosistema de clanes religiosos enfrentados. «Hay una metáfora sobre los límites de la democracia», dice Reig, en la que comulgar sería lo más parecido a votar, la ceremonia que requiere un acto de fe, ya sea en Dios o la democracia.

Pasa lo mismo con Madrid inundado. «Se me ocurrió en la ducha. Quería una escena portuaria con un cadáver golpeando el muelle. Pero que fuera en Antón Martín, donde me gustan muchos los bares», dice con socarronería, aunque se corrige en serio. «A partir de cierta edad, nuestra vida está bajo el agua, son recuerdos borrosos, desfigurados, inaccesibles. Con la Transición y sus ideales ha pasado lo mismo. Moraleja: ahora sólo canto en la ducha, no pienso», bromea. Sobre los políticos actuales, cree que son unos «hijos de... la Transición. Y ése es el pecado original: perder la primogenitura por un plato de lentejas. Todo me parece chismografía, y por eso sólo leo el ‘‘Hola''».