Cataluña
La cámara de vídeo por Francisco Marhuenda
Un buen amigo alemán me comentó esta semana una anécdota que me hizo reflexionar sobre los males patrios. Se le rompió la cámara de vídeo y decidió, tras analizar sus necesidades, que se iba a gastar entre 300 y 500 euros. A pesar de que podía adquirir una más cara, decidió que ese importe era el adecuado. Mientras pagaba la cámara, a su lado una pareja joven adquiría una de 1.500 euros. Lo que le causó sorpresa es que estuvieran rellenando los papeles para comprarla a plazos. Me comentaba que esto sería muy raro en Alemania, mientras que aquí es muy habitual. Nos hemos acostumbrado a pagar los objetos de consumo a crédito. Una cosa es endeudarse para adquirir una vivienda y otra muy distinta es hacerlo para un televisor, una nevera, los muebles o una cámara. Muchos españoles han viajado por medio mundo a crédito. Esto hace que nuestra deuda privada sea tan elevada y que la pública no se financie con el ahorro nacional. La alemana está en manos de los alemanes, pero sucede lo mismo en Italia o Japón, donde sus ciudadanos reciben el pago de los intereses. En cambio, la espectacular cifra que pagaremos la recibirán entidades nacionales o extranjeras.
La anécdota de la cámara de vídeo pone de manifiesto la necesidad de recuperar la cultura de nuestros abuelos, que gastaban según tenían y, sobre todo, ahorraban. Mi amigo alemán me decía que ellos tienen neveras, televisores, muebles y cámaras, pero no las pagan a crédito. Este mismo criterio se puede aplicar a los Presupuestos Generales del Estado. Durante muchos años se ha gastado descontroladamente, porque el dinero era barato y los ingresos crecían. Al final, nos endeudamos no para invertir, sino para pagar las prestaciones sociales o los intereses de la deuda. Un despropósito. Por ello, estos Presupuestos son acertados, porque reflejan una nueva cultura en el gasto público que debería ser la norma de comportamiento en el futuro. Lo acuciante es recuperar la credibilidad, tan maltrecha tras el desastre económico de los gobiernos socialistas con la irresponsable ayuda de algunas comunidades. El catálogo de disparates cometidos es tan elevado que causa estupor. A esto hay que añadir que España necesita una unidad de mercado. La situación actual provoca desconfianza en los inversores internacionales. A la hipertrofia legislativa que, como he escrito en otras ocasiones, nos retrotrae al caos de la Novísima Recopilación de 1804, hay que añadir la «prima de riesgo» que representa el secesionismo de CiU y las dudas sobre el control del déficit en las autonomías. Rajoy no lo tiene fácil. Mientras los organismos internacionales reconocen el impulso reformista y los esfuerzos para controlar el déficit, él tiene que lidiar con la irresponsabilidad del nacionalismo catalán, que esconde sus miserias tras un proyecto independentista que lleva a Cataluña a un callejón sin salida. Los Presupuestos y su cuadro macroeconómico son razonables en el difícil equilibrio entre aumentar los recursos sin asfixiar el crecimiento. La prioridad es recuperar la credibilidad y acabar con el colapso en el mercado de la deuda soberana. Le decía a mi amigo alemán que necesitamos ayuda y, sobre todo, que Merkel nos vea como un socio fiable que tiene un presidente serio que sabe que no se puede gastar más de lo que se tiene y que hay que endeudarse controladamente y para invertir.
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