Sevilla

Manzanares fuerza y sale a hombros

San Sebastián. Tercera de la Semana Grande. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, con movilidad pero sin clase. Media entrada.El Tato, de azul y oro, estocada, cuatro descabellos (silencio); estocada (saludos). Morante de la Puebla, de blanco y azabache, estocada caída (saludos); media caída (saludos). José María Manzanares, de grana y oro, buena estocada (dos orejas); metisaca, pinchazo, estocada (saludos).

Manzanares abandona ayer a hombros la plaza donostiarra
Manzanares abandona ayer a hombros la plaza donostiarralarazon

En la misma yema cayó la espada en una suerte que desprendía belleza. Qué manera tiene Manzanares de encontrar la muerte a los toros. Se la ve y da sentido a este ritual que arroja verdad desde la noche antes de ponerse el torero el vestido. Que se lo digan al banderillero Luis Mariscal que plantaba cara a un par de banderillas y se dio de bruces con el santuario en el que se define la vida y la muerte.


Y fue en Sevilla donde derramó su sangre en las entrañas de la noche. Horas después Manzanares ajustaba sus cuentas con el toreo en San Sebastián y hundía el acero hasta la empuñadura, en el sitio que da grandeza a la suerte.

Tercero de la tarde. De una tarde buena. Quiso Manzanares. Empujó. No puso el freno de torear sobre los pies, sino que buscó el gusto ante un toro que tuvo movilidad con un molesto cabeceo mediado el viaje. Le cogió el aire en una buena tanda zurda, aunque luego abundó más por el otro pitón. El trasteo acabó con el calor final de saber poner la espada en el sitio preciso, a la hora exacta.

El sexto cerraba una corrida que se movió pero no con la clase esperada. A Manzanares le tocó hacer el esfuerzo ante un toro que recortaba el viaje sabiendo que algo/alguien quedaba atrás. Pudo haber desistido, y más después de haber pasado por la enfermería entre toro y toro por una bajada de tensión, pero quiso el alicantino dar la cara y se la puso con la zurda hasta que la misión se convirtió en imposible. Ya había dado entonces más de la cuenta.
Morante nos dio la ilusión. Igual hasta nos la devolvió. La ilusión por creer en el toreo atornillado al albero.


Compuesto para no descomponerse. Concebido para ilusionar sin importar lo que venga después. Y vino que el toro medio se movió pero sin querer rematar una embestida de verdad. Y empujó Morante y empujaba San Sebastián. Y entre unos y otros, dejó el de La Puebla un comienzo de faena al quinto a dos manos que si uno cierra los ojos todavía lo ve. Despacito, para dentro el muletazo, para fuera la panza. Un comienzo para creer. Y clavarse en la arena.

Tanto que pasado el muletazo parece que le cuesta salirse de ahí. Se le entumece el cuerpo. Se para el toreo. Y lo que podía ser se envenenó con ese derrote feo que iba camino de gañafón del animal pero la torería de Morante lo tapaba todo. A cámara lenta había dejado pasajes cargados de sentido a un toro sin clase ni fondo que salió en segundo lugar.

Tampoco tuvo clase ni fuerza el primero de El Tato. Sí se dejó con nobleza y recorrido el cuarto. Aseado se mostró en su regreso. Pero la liga se jugó después.