España
La retórica de la reforma
El presidente del Gobierno solventó ayer la cita anual con la presentación del «Informe Económico» con su conocido optimismo. En presencia de los directivos de las principales compañías españolas, Zapatero recuperó de alguna forma la teoría de los brotes verdes para concluir que España logrará crecer entre el 2% y el 2,5% de 2011 a 2015, y que lo conseguirá gracias a las reformas ya en marcha y a nuevos e «imprescindibles» esfuerzos adicionales. Más ajustes, recortes y sacrificios para cuadrar unos pronósticos que no dejan de ser aspiraciones y buenos deseos en momentos en los que, más que alegres estimaciones, necesitamos rigor y concreciones. En esa hoja de ruta presidencial, se pretende que el paquete de actuaciones formado por la reestructuración de las cajas de ahorro, la reforma laboral –con especial atención a los cambios en los convenios colectivos– y la reforma de pensiones esté completado en el primer semestre del año. Por tanto, ¿para cuándo la creación de empleo? La economía española no genera trabajo neto si no crece por encima de ese 2,5% que se nos anuncia para 2015. Hablar con cierta suficiencia sobre esa previsión sin tener presente el dramático censo de desempleados ni el agujero social y financiero que supone ese drama para el país, envía un mensaje frustrante. España no puede permitirse cuatro años más de destrucción de empleo, y ahí es preciso actuar con urgencia y mucha más profundidad que la intervención timorata en el mercado laboral promovida por el Gobierno y que todavía no ha sido completada.
Zapatero nos anuncia reformas y más reformas, también en el sector servicios, pero poco se ha concretado hasta ahora. Nuestra economía necesita ganar la batalla de la confianza y de la credibilidad. Los mercados castigan nuestra deuda casi a diario, porque la política de este Gobierno no convence. Sobran palabras y faltan realidades. La insistente música de las reformas suena bien, pero la letra no acompaña o, peor, no existe. El Ejecutivo anunció ayer una nueva gira mundial del secretario de Estado de Economía para despejar las dudas de los mercados. El «cara a cara» con los inversores es positivo pero estéril si no se interviene con determinación para resolver los desequilibrios estructurales, lo que, en medio de la bruma de esta retórica reformista, no acaba de verse.
El escepticismo de los mercados está sustentado en la indefinición de una política errática e improvisada, que ayer se enrocaba en el consenso y hoy se exhibe para dejar claro que habrá reformas con o sin acuerdo sobre la jubilación a los 67 años y sobre lo que haga falta; que nos habla de austeridad, aunque el agujero de la deuda de las administraciones no para de crecer; que presume de haber aumentado un 60% las partidas de las políticas sociales, aunque hay 4,5 millones de parados y las familias son un 6% más pobres.
El presidente nos anuncia más esfuerzos, y nos parecen imprescindibles, pero cuanto nos habríamos evitado sin todos estos años de errores económicos del Gobierno socialista.
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