Hamburgo
Debajo del colchón
Llevo unos días de los nervios y me sienta la comida mal y duermo de pena y me pica el cuerpo y se me olvidan las cosas y me duele entre las uñas y los riñones y al rato la tripa y salgo a la calle en zapatillas de estar por casa y con una pinza en el pelo y ni me doy cuenta y me sudan las manos. Esta noche juega mi Atleti una final europea y a ustedes les parecerá una estupidez pasarlo mal por estas cosas porque hay millones de motivos mucho más importantes para padecer y con razón y yo debería dársela y correr a apuntarme a Cáritas o tener una preocupación grandísima por la situación económica y hablar de que es una equivocación emitir más deuda pública cuando ha sido la deuda pública la que ha generado el agujero, y que ya tenemos compradores alemanes para nuestros vencimientos y que nuestros impuestos servirán para cubrirles ese desembolso y todo eso. Después debería escribir de Zapatero otro poco. Y de Rajoy y de ese empeño suyo, casi oriental, de concebir el tiempo. Debería, desde luego, pero yo pienso hoy en el Atleti. Mientras todo eso pasa, yo pienso en el Atleti, en ese equipo torpe y desastroso, imprevisible y desesperante, caótico e irritante, capaz, al mismo tiempo, de generar pequeñas historias maravillosas. No es el Atleti de esos equipos que escriben su trayectoria a base de matemáticas, de esas en las que suena la música de «Braveheart» y se sacan las dos manos para contar copas y trofeos, y se apela a los números y al ránking y a la épica y a la universalidad de la masa social. No. Ni siquiera somos la mejor afición del mundo. Somos una afición que traga lo que se tercie. Traga dueños que se hicieron con esto sin soltar un duro. Traga quina cuando calla que sus veteranos estén olvidados, mientras Gonzalo Miró tiene sitio fijo en el palco. Traga vergüenza cuando recuerda a Aitor Zabaleta. Traga con que el jugador más implicado de la última década esté estudiando inglés con una familia de las islas. Pero es mentira que nos guste sufrir. Por toda esa felicidad, me acuerdo hoy de mis amigos, que han dejado de ir a Hamburgo para estar con sus niños en Neptuno. De todos los que se van a esconder en casa para taparse con una mantita las piernas, mitad frío, mitad vértigo. Y me acuerdo de mi padre, y hace mucho que no me acordaba. Perdonen, pero es que hoy, la familia es lo primero. Qué alegría.
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