Novela

Un Dios salvaje por Reyes Monforte

La Razón
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En este tiempo donde ver morir a niños somalíes parece irritar menos que ver una película, decir que un fotograma lacera la sensibilidad musulmana debería avergonzar, ya no al dios de turno, sino a sus devotos seguidores. Hace unos días una actriz era condenada en Irán a un año de cárcel y a 90 latigazos por aparecer con la cabeza rapada y sin velo en la película «Mi Teherán en venta», que para más inri–perdón si la palabra hiere susceptibilidades –contaba con el permiso del Ministerio de Cultura y Orientación Islámica. A las pocas horas , en Túnez, se desató un mar de protestas violentas y sensibilidades heridas por la emisión en televisión de una película de animación, «Persépolis», donde se representaba a dios, algo que prohíbe el islam.

 ¿Cómo puede ofender más ver a una mujer iraní con la cabeza rapada que contemplar a una criatura de tres meses con el vientre hinchado por la hambruna y la mirada perdida para no ver las decenas de moscas revoloteando sobre su boca como si olieran a botín necrológico?. ¿Cómo puede herir más ver un dibujo animado que observar como una niña de 9 años es golpeada hasta la muerte por los hombres de su familia por enamorarse de un joven de otra religión?.

Si realmente hay un dios que permite esas susceptibilidades absurdas, vacías y delirantes, no creo que su reino sea de este mundo ni que su mensaje merezca ser oído, defendido y laureado. Es mentira, mera palabrería, un instrumento de amedrentamiento colectivo. No son los dioses, son los iluminados que actúan en su nombre. No es posible que la ficción ofenda más que la realidad, que la vida emocione menos que el arte, a no ser que aceptemos que el mundo se ha vuelto loco.