París
España-Francia enemigos íntimos
Del alabado milagro español se ha pasado a un modelo que hay que evitar a toda costa. El potencial económico y cultural del que presumen los galos no han podido aplicarlo al deporte
Para muchos en Francia, la palabra «España» sigue sonando a vacaciones. En el imaginario común cuesta ser algo más que el solárium de Europa y el patio de recreo estival de hordas de franceses para quienes el vecino español es sólo sinónimo de solaz y diversión nocturna.
Sin embargo, no deja de asombrar que entre la multitud de adjetivos que podrían acoplarse a lo español, uno predomine en el Hexágono: «Exótico». Es la razón por la que nuestra lengua ha acabado por robarle la hegemonía al alemán como el segundo idioma más estudiado en el sistema escolar galo. También porque es la lengua de más de 500 millones de hispanohablantes y en los últimos tiempos el concepto «latino» causa furor entre los jóvenes.
Aunque no deja de ser una visión algo estereotipada y tópica, algún poso de verosimilitud tiene. Las cifras de turistas y estudiantes lo corroboran. Lo que denota, al menos, un cierto interés por ese país meridional, vecino del sur, con el que la Francia «eterna» comparte no sólo fronteras geográficas sino una larga historia teñida de rivalidades que con el tiempo han devenido en una suerte de «desconfianza cordial». De amor-odio bien llevado.
Ni España ha dejado de mirar a Francia con algo de admiración y recelo, ni ésta ha eliminado de su mirada algo de su proverbial e incorregible condescendencia.
Las de hoy son relaciones más banales dentro de un espacio común como es la UE. Aunque en los medios galos, España ha pasado en unos años de ser «conquistador» a «PIGS». De envidiado «Eldorado» ibérico a alumno rezagado de la clase, la preocupación económica de Europa. Miembro de pleno derecho del club de países rescatados o a punto de serlo.
Lejos queda ya el «milagro económico español» que la Prensa gala glosaba en plena pujanza del «ladrillo». Ahora, es el modelo que hay que evitar. «No queremos ser ni España, ni Portugal ni Grecia». Dicho aserto ha sido la letanía más repetida por el ex presidente Nicolas Sarkozy durante su campaña electoral en alusión a los estragos económicos que, a su juicio, han hecho en esos países los respectivos gobiernos socialistas.
Respecto a los socios alemanes o británicos, con los que suele medirse, en el caso de España, a lo peor, Francia puede pecar de indiferencia. Republicanos militantes y convencidos, prodigan, sin embargo, simpatía a nuestra Corona y a la Familia Real, «por su discreción», comparada con los escándalos de su realeza de adopción: los Grimaldi de Mónaco.
Aunque hablando de España, los ánimos pueden encresparse cuando nos adentramos en terrenos más pantanosos como el deporte o la competencia en materia agrícola. Entonces, las reacciones pueden ser viscerales. Desde el conflicto por la fresa española a la cruzada de algunos medios galos contra el deporte patrio, al que, regularmente, acusan de tener «un problema» con el dopaje. Los guiñoles son la mejor muestra de que digieren mal nuestros triunfos. Como si España tuviera culpa de que la pujanza de la que durante años han presumido en lo económico o lo cultural no hayan sido capaces de aplicarla al deporte. Teniendo que resignarse a ver cómo trofeos patrios como Roland Garros o el Tour se los adjudican un año sí, y otro también, deportistas «made in Spain».
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