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«Harkis» en busca de una patria Argelia

Los argelinos que apoyaron a Francia en la guerra de independencia piden un reconocimiento. Sarkozy busca su voto

«Harkis» en busca de una patria Argelia
«Harkis» en busca de una patria Argelialarazon

Apenas tenía ocho años cuando Fátima Besnaci-Lancou llegó con sus padres al campo de internamiento de Rivesaltes, en el sur de Francia. Dejando atrás una Argelia que acababa de recuperar su independencia tras ocho años de una guerra colonial que, oficialmente, nunca llevó ese nombre. «Esa fue mi primera dirección», recuerda. Un recinto de varias centenas de hectáreas, rodeado de alambre de espino, poblado de barracones, sin ningún confort y por donde ya habían desfilado décadas antes grupos de refugiados republicanos españoles. Corría el año 1962. «La situación sanitaria era dramática, dormíamos en tiendas de campaña y el dolor y la desesperación estaban todavía muy presentes», explica a LA RAZON.

Nada que ver con la acogida que esperaban de un país al que habían servido. El padre de Fatima luchó junto a la Francia de De Gaulle por una Argelia francesa. «Aunque no por convicción ideológica», matiza. Pero como miles de familias de «harkis»–reclutas autóctonos supletorios del ejército galo–, los acuerdos de Evian que pusieron fin al conflicto y de los que hoy se cumplen 50 años, la suya se vio confrontada a elegir entre quedarse o tratar de huir de una tierra hostil donde toda persona, afín o próxima a la antigua potencia colonizadora, era considerada como traidora.

En total pasarían quince años vagando de un campamento a otro. Era un primer paso obligado antes de encontrar mejor cobijo en una metrópolis renuente a abrir sus brazos a una categoría, franceses musulmanes, a los que no sabía cómo integrar. Junto a los «pied-noir» (europeos instalados en el norte de África) y los judíos de origen español, italiano o maltés, formaban la amplia comunidad de «repatriados» aunque el trato de París no fue el mismo para todos.
La Historia confirmará el abandono del que fueron víctimas los harkis y sus familias. Tanto los que pudieron cruzar el Mediterráneo como los miles que permanecieron en Argelia y fueron objeto de las peores atrocidades por los partidarios del vencedor, el nacionalista FLN (Frente de Liberación Nacional). «El día después de la independencia, el 3 de julio, los «harkis» fueron desarmados y tuvieron que regresar a sus pueblos. Dejaron de ser franceses y se convirtieron en argelinos, una nacionalidad que no tenían, que se constituyó durante la guerra, y de la que se les hizo prisioneros». Aunque las cifras oscilan y son confusas, en total unos 100.000 fueron asesinados, torturados o vejados.

Francia, cómplice
Si Francia no cometió esas masacres, «sí fue cómplice por no hacer nada y permitir que tuvieran lugar», argumenta Fatima Benasci, 58 años, y que desde hace poco más de una década lucha desde la asociación «Harkis y Derechos Humanos» por mantener viva la memoria de lo sucedido y porque el Estado francés reconozca oficialmente su responsabilidad en el abandono de este colectivo y los crímenes y perjuicios morales sufridos. En definitiva, por el fin trágico de 132 años de dominación colonial.

Hasta el 2000, la herida dormía en un rincón de la memoria familiar. Pero ese año, las declaraciones de del presidente argelino Abdelaziz Bouteflika durante una visita a París fueron el detonante. «Nunca antes había sentido realmente la humillación hasta que Bouteflika trató a los harkis de colaboracionistas de las fuerzas coloniales y ni el presidente Jacques Chirac ni su primer ministro Lionel Jospin reaccionaron. Por primera vez sentí que no pertenecía a ningún sitio». Desde entonces, mantiene un denodado combate que le ha llevado a escribir varias obras para rehabilitar la memoria e imagen de los harkis y acabar con algunas ideas preconcebidas sobre el trato dispensado por ambos países, las masacres o las razones de enrolarse junto al ejército galo que les ha valido la consideración de «traidores» en Argelia y «patriotas» en Francia.

«La motivación de mi padre fue la doble violencia que sufrió. Primero por los soldados franceses que lo arrestaron, pero no murió en prisión. Lo soltaron y el FLN, sospechando que hubiera podido hablar, lo condenó a muerte. En él, no había ni orgullo ni vergüenza. Ni convicción ideológica alguna. Sino circunstancias inherentes a la violencia en ambos lados», cuenta Fátima, que denuncia la manipulación política de algunas formaciones en Francia que ven en esta comunidad una importante «clientela electoral». En concreto por parte del ultraderechista Frente Nacional, que utiliza «abusivamente» a los «harkis» para justificar su política anti-inmigración oponiendo a los argelinos «que dieron su sangre por la patria» a los que no, tratándoles así de «adversarios de Francia», como explica en su libro «Los Harkis» (Ed. Le Cavalier Bleu).

Aunque también por la derecha conservadora de Sarkozy que, en plena carrera por su reelección, ha vuelto a pedir el voto de un colectivo esencial de alrededor 1,2 millones de electores, después de que en 2007 prometiera una ley de memoria que reconociera la responsabilidad de Francia y que no ha cumplido. «Por miedo a la reacción de Argelia donde Francia tiene intereses de petróleo y gas», lamenta la escritora y editora gala que deplora el «cinismo» con que el presidente acude una vez más a ellos «pidiendo ayuda». «Sólo se acuerdan de nosotros cuando hay que votar», exclama con una indignación que le sirve de aliento para seguir dando la batalla.

 

Argelia, entre el nacionalismo y el islamismo radical
«Argelia me duele», repetía el Premio Nobel Albert Camus, a quien su posición, tildada de profrancesa o de ambigua, en el mejor de lo casos, le valió enemistarse con Sartre y buena parte de la intelectualidad «germanopratense» partidaria del FLN. Camus, que condenó los excesos coloniales como el terror de los nacionalistas, defendió desde la democratización de Argelia a través de un proceso de asimilación hasta una tregua civil, en 1956, que haga posible la «convivencia mutua». El escritor murió en 1960. Cincuenta años después, y una guerra civil de por medio, Argelia se debate entre el nacionalismo del todopoderoso FLN, único partido hasta 1989, y un islam cada vez más radical, influenciado por corrientes wahabistas o salafistas. «Es como elegir entre la peste y el cólera», dice Fatima Benasci-Lancou para quien lo mejor que le puede ocurrir a Argelia es «una revolución».