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Modelos caducos por Ángel VALLE
Leía hace unos días un artículo de Maggie Koerth-Baker, en la web Boing-Boing, en el que, bajo el título «¿Quién es periodista?», se planteaba precisamente eso, quién, hoy en día, se puede definir como periodista y quién no. ¿Lo es sólo quien tiene el título y está cómodamente sentado en una redacción siguiendo las directrices del medio para el que trabaja? ¿No lo es el bloguero que no pertenece a ningún gran medio pero que escribe su visión de la vida en su sitio web varias veces a la semana y tiene millones de visitas? ¿Sólo es periodista quien obtiene una acreditación para cubrir una rueda de prensa sin preguntas o lo es también el que no consigue dicha acreditación porque no pertenece a ninguna gran publicación, pero es capaz de plantearse las preguntas que otros no saben, no quieren o no pueden?
Maggie Koerth-Baker se plantea estas cuestiones a partir de una fotografía en la que se ve a John Knefel, un bloguero, «escritor, comediante y periodista independiente», como se define a sí mismo en su cuenta de Twitter, caído en el suelo y tratando de recoger sus gafas entre policías, en una de las protestas del movimiento Ocupa Wall Street. Él estaba allí tratando de contar lo que ocurría. Era testigo directo. ¿Nos interesa menos su opinión porque no se defina como periodista que la de quien escriba qué ocurre sin salir de la redacción?
Si algo han puesto de manifiesto las redes sociales y los blogs es que la gente ya no necesita intermediarios para acceder a la información. Más allá de que se pueda vivir o no de una página web, de un confidencial o de una cuenta de Twitter por muchos seguidores que se tengan, lo que ha dejado claro la web 2.0 es que la gente quiere información de primera mano.
Dice la autora del artículo que nunca antes publicar fue tan fácil y que las herramientas para ello están al alcance de cualquiera. Sin embargo, añade, todavía existen unos esquemas rígidos en los que consideramos que ser un periodista no es fácil y sólo un limitado número de personas pueden serlo. Al mismo tiempo, explica, también aceptamos que no todo el mundo que escribe en internet es o tiene que ser un periodista, porque éste asume una serie de responsabilidades que el bloguero, en principio, no tiene.
Por todo ello, mantiene, vivimos en un mundo en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Pero eso cambiará tarde o temprano. La convivencia entre el viejo y el nuevo periodismo no será eterna ni los soportes coexistirán para siempre. La sociedad será la que decida, la que ya está decidiendo, pero esto no ocurre de un día para otro, pero no debemos olvidar que, más allá de las etiquetas, hay periodistas en Twitter que, por sí mismos, tienen más seguidores que sus propios medios y que, por tanto, son capaces de llegar a un mayor número de personas que muchos medios tradicionales. ¿Quién tiene más influencia?, ¿qué informaciones llegan a un mayor público?
Los roles están cambiando y a la gente las etiquetas les importan cada vez menos. Y además, la mayor parte de ese nuevo público, los nativos digitales, acceden a esa información de forma gratuita porque no lo conciben de otro modo. ¿El modelo de negocio? Esa es otra historia.
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