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Javier amigo por Ángel Del Río

La Razón
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Hay días en los que, como en las tragedias griegas, el hombre se siente derrotado por el destino. Ocurrió el pasado miércoles, muy temprano, cuando Lourdes me telefoneaba para darme la fatal noticia de que su marido había muerto de forma inesperada. Su marido era Francisco Javier Redondo, jefe superior de Policía de Madrid. Era mi amigo desde hacía muchos años; también mi vecino de Getafe y compañero de tertulia gastronómica dominguera de Acción Getafense. El domingo anterior Javier sólo bebió agua. Estaba pendiente de una operación que se le iba a practicar el lunes: «No es nada de importancia, aunque no sé si podré ir a la cena del sábado, porque no sé si podré mover la lengua», nos dijo. Desgraciadamente, no pudo ir a la cena de Navidad, ni el resto de amigos quisimos ir; no teníamos nada que celebrar.

Para quienes sólo le conocían como personaje público, sabrán que era un policía profesional hasta la médula. Había ocupado varios puestos de responsabilidad en el Cuerpo, el último, jefe superior. A su eficacia profesional unía el sentido de la solidaridad y el compañerismo, un talante abierto y dialogante que le granjeó un gran afecto entre los sindicatos policiales. Para quienes le conocíamos en la intimidad, Javier era un ser entrañable, maravilloso, familiar, ocurrente, gran contador de chistes, sensible, amigo de verdad.