Bruselas
El día del cambio
La consulta electoral de hoy se celebra en una singular situación económica que podemos calificar, sin miedo a la exageración, de emergencia nacional: un país entrampado, con necesidad de entramparse más todavía y sin capacidad para ello porque la prima de riesgo, o sea el famoso termómetro que marca las posibilidades –o la imposibilidad en este caso– que un país tiene para contraer deuda, se nos ha disparado en los últimos días de un modo que alcanza el máximo histórico de quinientos puntos y que compite con la prima de riesgo italiana pese a que la intervención del Banco Central Europeo en nuestro socorro ha logrado hacer bajar ligera y humillantemente esa alarmante cifra. > Rubalcaba anima a acudir a las urnas
«Humillantemente» porque esta pequeña compra de deuda soberana española se ha hecho entre los recelos y protestas de la canciller Merkel y del presidente del Bundesbank; con el acoso creciente de unos mercados que no han esperado a nuestros resultados electorales; con el dramatismo de las cifras del paro como telón de fondo y con la imagen de España deteriorada hasta extremos que hace 8 años nos hubieran parecido inimaginables.
En este contexto social y económico que coquetea con el Apocalipsis, quedarse hoy en casa y no acudir a los colegios electorales a depositar la papeleta del voto supone una actitud difícilmente explicable. Se entiende que el ciudadano medio respire aliviado porque no va a tener que ser él quien asuma las grandes responsabilidades de sacar a su país de esta situación, pero no se entiende que desista de esa mínima responsabilidad de votar a quienes se ocupen de ello. Vivimos uno de esos momentos que llaman a la responsabilidad colectiva, a responder a ese ejercicio elemental de sensatez que es dotarnos de un Gobierno, a ejercer responsablemente el derecho a elegir a las personas que creemos que mejor nos pueden sacar de esta situación. Yo creo que ya es un paso hacia la recuperación de esa imagen de España el hecho de que su ciudadanía salga a votar masivamente y participe con serenidad en la ceremonia democrática por excelencia. Es un síntoma de madurez, una manera de decir al mundo que nos preocupa en qué situación estamos, un paso hacia la recuperación de la dignidad que nos han negado, en los últimos tiempos, los zarandeos de los mandatarios de Bruselas, de los especuladores, de los banqueros y del dúo «Merkozy», los guays de Europa.
Votar es el verdadero acto de esa soberanía que hemos visto recortada y cuestionada.
No contribuiría en nada a mejorar la imagen de escasa seriedad dada por Grecia que sus ciudadanos manifestaran un alto índice de abstención en unas hipotéticas elecciones que se convocasen ahora en ese país al que se le ha negado esa posibilidad incluso. Votar es un gesto de coherencia, un signo elocuente de nuestra mayoría de edad como nación desarrollada y como sociedad moderna. Es también un modo pacífico, amable y democrático de rechazo a las tutelas economicistas de las altas instituciones europeas a las que hemos asistido en las últimas jornadas; a esa forma de intervencionismo fáctico que ha supuesto la sustitución de gobernantes, sin unas elecciones de por medio, no ya sólo en Grecia sino también en Italia. En España no se ha producido esa situación paternalista afortunadamente. No se ha sumado esa humillación a las anteriores. Por una vez en la vida hemos hecho los deberes, tarde pero todavía a tiempo. Tenemos esta oportunidad de hoy para la dignidad nacional vapuleada por las regañinas que hemos recibido de medio mundo.
En España las generaciones que hoy tienen más de cincuenta años de edad ya vieron negado en determinados momentos de sus vidas su derecho a votar a sus gobernantes por un régimen dictatorial nacido de una guerra. Ya se nos impuso desde arriba a unos tecnócratas para que hicieran el trabajo de sacarnos de un atolladero histórico y económico. Es ese hecho, el de las resonancias que esa palabra –«tecnócratas»– tiene para nosotros el que, paradójicamente, le da un especial sentido de libertad y democracia a estas elecciones nuestras para las que se buscó una fecha que no evocara precisamente esos saludables conceptos.
Hoy, gracias a nuestra decisión, al voto de cada uno, puede comenzar el milagro español de la recuperación. Quienes en nombre del patriotismo propugnan la abstención para castigar a no se sabe quién se equivocan. Quienes hoy, 20 de noviembre de 2011, no voten podrán seguir protestando porque en la España de hoy a nadie se le limita el derecho de expresión, pero íntimamente deberán saber que no tienen legitimidad para protestar si esta situación empeora. No hicieron cuanto estaba de su mano: «Votar en los tiempos de la crisis» que es como «amar en los tiempos del cólera». No tuvieron ni siquiera el gesto humilde, generoso y valiente de equivocarse.
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