Fuerzas Armadas
Banderas de nuestros hijos por J A Gundín
Entre los méritos y milagros atribuibles a la Selección española, san Iker mediante, figuran en destacado lugar la recuperación de la bandera nacional como símbolo de identificación colectiva y la del Himno como reafirmación de lo español. Durante los últimos treinta años, nuestra enseña ha ondeado contra viento y marea, restringida a los actos oficiales y como pidiendo disculpas por existir. Incluso ha sido y es arriada impunemente en las autonomías donde los nacionalistas hacen de su capa un sayo, algo insólito en cualquier país democrático que se respete a sí mismo. Pero también en amplias zonas de España ha sido ocultada o discretamente relegada a la penumbra de un rincón en el ángulo oscuro. La causa no es otra que la actitud vergonzante, y vergonzosa, de la izquierda, que con la rancia nostalgia de abuelo Cebolleta se aferra a la superstición de la bandera republicana. Desde la Transición, lo progre y lo moderno era agitar cualquier estandarte regional, deportivo y hasta el de la Unión Soviética, antes que el constitucional de todos. Ridículo, pero cierto. De ahí que blasonar de español fuera sinónimo de «facha». Hasta que llegaron Casillas y esa generación mágica de deportistas (Gasol, Nadal, Fernando Alonso, Lorenzo y demás moteros) que izaron la bandera con orgullo y sin complejos. Y con ellos, todos los demás, sin reparar en ideologías, partidos ni sectas. Gracias a ellos, muchos españoles han redescubierto el valor de unos símbolos que nos aglutinan y nos representan en la aldea global. Una enseña, en fin, recuperada por el pueblo y para el pueblo. Puede que hasta nuestra izquierda a media asta la asuma sin reparo. La misma bandera que se les regateó a los padres es hoy la bandera de nuestros hijos. Con todo el orgullo y todo el futuro por delante.
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