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Galicia

Nacionalismo con helado

La Razón
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Son muchas las personas que se desquician por culpa de las inclemencias meteorológicas, como le ocurría a Vincent Van Gogh, a quien sacaba de sus casillas el maldito viento que alteraba la horma de sus maravillosas locuras. Una amiga mía del sur me dijo ayer mismo que a ella lo que le producía verdadera angustia existencial era la lluvia y que eso la disuadía de visitar Galicia en tiempo de invierno. Es curioso que sea tan elevado el porcentaje de gallegos que se quejan de la lluvia y sienten la tentación de lo soleado, y no conformes con esa propensión a lo solar, hasta disfrutan bailando salsa y merengue en las verbenas populares. Está probado que la meteorología influye de manera evidente en el carácter de la gente y que para el tratamiento de algunos cuadros mentales los productos farmacéuticos son a veces menos útiles que las recomendaciones del agente de viajes. Sin embargo, muchos gallegos que repudian las inclemencias meteorológicas propias de la región son reacios a aceptar su mudanza a cualquier clima que le ponga remedio. No conozco la existencia de ningún estudio al respecto, pero no me extrañaría que cierto nacionalismo se sienta alarmado por el cambio meteorológico, no porque pueda suponer un serio trastorno de las condiciones medioambientales, sino porque temen que una modificación sensible de las variables climáticas ponga en cuestión las esencias mismas del credo nacionalista, que en Galicia es, en cierto modo, un fruto de la humedad. Desde ese punto de vista, el enemigo natural de los independentistas violentos del Exército Guerrilheiro no serían los «españoleiros», sino las isobaras. Cualquier afrenta que los otros partidos de implantación estatal le hagan según ellos a Galicia, es para los independentistas menos preocupante que los alarmantes avisos de que las temperaturas son ahora más elevadas que hace cincuenta años, y las lluvias, más escasas. Aunque oficialmente dicen temer las ínfulas siempre imperiales del Gobierno de Madrid, en realidad lo que inquieta a los independentistas es que la chica del tiempo plante sin remedio un sol en el mapa de Galicia. Yo sé que estas cosas que digo carecen de rigor científico y que los ingredientes emocionales del nacionalismo son más profundos, pero de una manera gráfica podría decirse que para cualquiera de los independentistas «guerrilheiros» la idea de que se propague en Galicia el ideal del Partido Popular, por ejemplo, es menos preocupante que el riesgo de que por culpa del calor los militantes de base descubran que leer a sus ideólogos no siempre es más agradable que pasarle la lengua a un helado.