Buenos Aires
Hambre
Antaño los hijos hidalgos sin rentas espolvoreaban sus barbas con migas de pan para demostrar que habían comido aunque les crujieran las tripas. El hambre envilece y se oculta. Cualquiera que en una gran ciudad española pasee al perro a primera hora de la madrugada verá menestrales asaltando los contenedores de basura de los supermercados y papeleras. He recorrido medio mundo y sólo he visto tal en los centros ricos de Buenos Aires y Madrid.
Las estadísticas conque se arrean la «Vice» económica y el ministro de Trabajo no reflejan la exclusión social que se está ensanchando como aceite en lino. Cáritas aumenta sus comidas al 50 por ciento anual, y las monjas que antes sólo admitían alimentos sin procesar ahora aceptan encantadas peroles de guisos. En las colas hay familias y ciudadanos atildados que acaban de descender un escalón desde la clase media-baja. La Caixa, que no es un nido de alarmistas, atiende a 172.000 niños con hambre y sin medicamentos en sólo diez ciudades españolas, recuento microscópico de la realidad.
Este socialismo –hay otros cuyos líderes ya han muerto: Brandt, Palme o Kreyski– tienen la sensibilidad social del asperón y no traducen las cifras en dolor humano y niegan que parte de los españoles pasen necesidades extremas. Deberían leer «Hambre» de Knut Hamsun, Nobel de Literatura noruego, que pasó por el nazismo y acabó en un nosocomio porque no querían ahorcarle ni oír hablar de los famélicos. Los del estómago vacío se esconden tanto como aquellos les ocultan porque no haber comido se considera un baldón. Sólo los datos de La Caixa serían insoportables para cualquier otro presidente.
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