Londres
Una Mandela en femenino
Birmania es un lejano país rebautizado como República de la Unión de Myanmar. Los soldados autócratas, birmanos o venezolanos, tienen la debilidad de cambiar artificialmente el nombre de sus países. Viven bajo dictadura militar desde 1962, las sedes de los partidos son los cuarteles, sus líderes los generales y las elecciones, como las recientes, son un teatrillo que los uniformados ganan por más votos que los emitidos. Gobiernos occidentales e instituciones internacionales repudian y sancionan a estos gorilas, pero cuentan con el apoyo de China, Tailandia e India, que necesitan su gas, y la inversión extranjera que busca mano de obra barata. Aung San Suu Kyi (65), hija de Aung San, el asesinado hacedor de la independencia birmana, se graduó en Oxford, fue funcionaria de la ONU y profesora en la India, y descalificada como «niña bonita» occidentalizada. Su marido, el corresponsal británico Michel Aris, voló a Londres con un cáncer de próstata. Rangún no le dio permiso de regreso y a Suu Kyi sólo le concedían un pasaporte de ida.
Con determinación oriental sacrificó su familia (dos hijos) por su pueblo, fundó la Liga Nacional para la Democracia y ganó las elecciones de 1990 con el 82% de los votos. Impávidos, los militares la pusieron en arresto domiciliario durante años, atornillada ahora en un penal militar. Seguidora de Gandhi y budista, sigue con vida por su popularidad, su estirpe y el Nobel de la Paz. Es una Mandela sobre la que pende el destino de su padre, de Gandhi, de Indira o de Benazir Bhutto.
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