España
Ni pan ni circo
Esta es la última columna que escribo desde Williamstown. Mañana, después de cinco meses en la tierra de Homer Simpson, regreso a España. Bueno, a lo que queda de ella, porque incluso aquí, en este pueblo perdido en las montañas, ya se han enterado de que España se hunde. Y no la selección, que cometió «suizidio» el pasado miércoles, sino la España de Zapatero, esa que hace aguas por todos los lados. El otro día, después del partido, algunos de mis colegas americanos, viéndome abatido por la derrota, no encontraron mejor forma de consolarme que decir: «No te irrites por el fútbol, hombre, tu país tiene ahora preocupaciones más graves. Estará la gente alarmada con la que está cayendo». Y yo, por quedar bien, les dije que sí, que el estado de inquietud e inestabilidad es enorme y que ya se preparan movilizaciones. Pero luego, después de navegar un poco por Internet, me di cuenta de que la única inquietud e incertidumbre es que la selección caiga eliminada antes de tiempo. Y esto, así, visto desde fuera, la verdad es que da mucha pena. Si lo que pasa en España estuviese sucediendo en otro lugar (o con un gobierno de otro signo), habría contenedores quemados en las calles un día sí y el otro también. Lo del pan y circo sigue funcionando. Lo malo es que el pan se está acabando, y el circo parece que tampoco pinta muy bien. El fútbol es la única esperanza que le queda a este gobierno para que la gente siga soñando y no se preocupe por nada. Quizá sea necesario un gran desastre futbolístico para que nos demos cuenta de la que tenemos encima. Si es así, que Honduras nos meta quince goles. Seré el que más llore, pero, visto lo visto, esa parece ser la única forma de despertar.
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