Literatura
«En la casa»: La literatura crea adicción
Dirección y guión: François Ozon. Intérpretes: Fabrice Luchini, Ernst Umhauer, Kristin Scott Thomas, Emmanuelle Segnier.Francia, 2012. Duración: 105 minutos. Drama.
En esta brillante «En la casa» confluyen dos obsesiones capitales en el cine de Ozon: el retrato, entre cínico y cariñoso, de la familia de clase media, amenazada por la llegada de un intruso (la excursionista de «Regarde la mer», la rata de «Sitcom», el bebé de «Ricky») que pone los roles asignados patas arriba, y el interés por desentrañar los secretos del proceso creativo, de dilucidar qué elementos de nuestra experiencia y nuestra percepción de la realidad se ponen en juego («Swimming Pool») cuando contamos una historia, cuando elegimos un lector. Estas dos obsesiones confluyen, decíamos, en la descripción de la compleja relación entre un profesor de literatura (pedante, desencantado, escritor frustrado: magnífico Fabrice Luchini) y su alumno (seductor, airado, enigmático: un Ernst Umhauer que parece el hermano «teen» de Terence Stamp en «Teorema») cuando el primero descubre que el segundo ha convertido una inocente redacción de clase en el prólogo de una novela sobre el aroma dulzón y mediocre de una familia sin atributos a la que quiere convertir en relato interviniendo en sus vidas.
Ozon no tarda ni un minuto en establecer la relación de dependencia entre ambos personajes: por mucho que se ampare en su sarcasmo y la dureza de su criterio, el profesor se transforma en un adicto a un cuento mutante, meándrico, que, entre las cuatro paredes de una casa, amenaza con destruirle; por muchas miradas de ángel exterminador que lance sobre sus víctimas, el alumno está tan atrapado en las redes de su arte provocador como ellas. Ozon traspasa las fronteras de la ficción con comodidad, abandonando la voz en off cuando da por sentadas las reglas del juego, viajando de la realidad a la imaginación desde la ambivalencia, para que no sepamos qué terreno pisar, para que caminemos a tientas en la oscuridad. Llega un momento en que lo que másimporta no es la verdad de la historia, sino los resortes que la envían en una dirección o en otra, y el modo en que el trayecto de esa ficción, a la que vemos elaborarse en un precioso, a veces cruel, trabajo de colaboración, modificará las vidas de quien lee y de quien escribe.
Ozon imparte una verdadera clase magistral sobre la construcción del relato, y sobre cómo modelamos nuestra identidad a la medida de nuestros deseos, pero lo hace sin ponerse académico, con soltura de docente experimentado, convirtiendo este complejo ejercicio de metaficción en una novela de misterio casi clásica. Sí, se le va la mano en el desenlace, demasiado precipitado, y acaso en exceso duro con el profesor, pero se le perdona en el plano final, que sugiere que la relación entre el autor y el lector es tan íntima como la de un padre y un hijo que acaban de descubrir sus lazos de sangre.
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