Campaña electoral
Ateísmo de guardería
Decía el jacobino Machado que la blasfemia forma parte de la religión popular: «Desconfiad de un pueblo donde no se blasfema; lo popular allí es el ateísmo». Me viene esta cita a la cabeza a cuenta de la famosa procesión atea, que menos de atea tendría de todo porque burlarse de Dios es una forma más de creer en su existencia. No es lo mismo ser ateo que blasfemo o irreverente. Las Juventudes Socialistas no tienen un problema con Dios sino con la ESO. El suyo es un miniateísmo impostado de guardería que no encierra el menor riesgo (riesgo encerraría una sentada frente a una mezquita para protestar contra el burka). Y, de celebrarse, su procesión sería tan institucional como la del Borriquito. Ya me imagino a las madres gritando «¡mira qué guapo va mi paquirrín disfrazado de romano gay!» con la misma ilusión con la que las otras mamás intentan distinguir a sus paquirrines entre los capirotes de las procesiones tradicionales. Sí. La procesión atea es una tontería póstuma de la postizquierda. Como la Navidad pagana, la Comunión civil o el Bautizo laico. Es una apostasía de la señorita Pepis, una gamberrada paraideológica, el último oximoron del tardozapaterismo. Y es, sobre todo, una mala noticia para el PSOE. En un momento en el que ese partido se quiere hacer un muñeco electoral con un Rubalcaba y una Chacón que no cuelan, tampoco le queda la esperanza en un relevo generacional. Si ése es el relevo, apaga y vámonos. La procesión atea es, en fin, el síntoma de que la verdadera procesión de los socialistas va por dentro.
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