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Conversación con banquero (I) por César Vidal
Estos días en que no sólo las Navidades se acercan sino que además Rajoy va a tener que descubrir sus cartas, he decidido pasarlos fuera de España. No se trata de que me espere que se produzca alguna revolución o un estallido social que convierta en recomendable la distancia. Más bien, lo que deseo vivamente es saber la manera en que analizan España aquellos que pueden pesar de manera nada baladí sobre nuestro futuro cercano. Es precisamente por esa razón por la que el discurso de Rajoy lo contemplo junto a un grupo de empresarios extranjeros entre los que se encuentra algún banquero de relieve siquiera por la cantidad de dinero que, según su confesión, ha recogido para su entidad procedente de bolsillos españoles. Cuando acaba el acto, dirijo la mirada a mis acompañantes. No están entusiasmados, pero tampoco me parece que dejen traslucir ningún gesto negativo. «No ha arriesgado mucho...», señala al final uno de los presentes. «No se lo puede permitir. Es obvio que intenta evitar cualquier palabra que pueda crearle confrontaciones desde el primer momento. No resulta admirable, pero, seguramente, es lo más sensato». La persona que acaba de pronunciarse es el banquero. «Entonces... ¿a usted le parece bien?», indago. El banquero sonríe blandamente. «No se trata de lo que a mí me parezca bien», responde, «sino de lo que piensen los demás». «¿Y se sabe qué piensan?», insisto negándome a soltarlo. El banquero se lleva la copa de Armagnac a los labios y toma un trago largo y calmado. Comienzo a temer que disfrute con la situación. «De entrada», dice, «lo primero que pensamos es que nadie en el equipo de Rajoy puede hacerlo tan mal como Zapatero o su ministra Salgado. Sé que no es mucho decir... pero es así». «Sí, no es mucho decir...», acepto. «En segundo lugar, creemos que la presencia de Rajoy detendrá la descapitalización de España», prosigue, «con Zapatero han salido de su país tantos recursos como si lo desgarrara una guerra. De momento, ese proceso se ha detenido y acabará por revertir, algo que agradecemos porque ya no sabemos qué hacer con tanto dinero español...». La última frase ha provocado algunas risas que a mí, personalmente, no me han hecho la menor gracia. «No me parece que nada de eso resulte tan esperanzador...», interrumpo la jocosidad de los presentes. «Su deuda también se vende mejor», me dice el banquero. «Es cierto que no se nota mucho en el precio, pero ahora mismo hay mucha gente interesada en invertir en ustedes». «Entiendo», musito algo más animado al escuchar sus últimas palabras, «pero ¿y el empleo?». «Amigo mío, lo que suceda con el empleo sí que está en manos de Rajoy». Miro por la ventana. Me pregunto cómo puede brillar tanto el sol en esta parte del mundo con el frío que hace en España.
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