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Odisea roja

La Razón
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Johannesburgo está a 1.600 metros de altitud y en el invierno de ellos, o sea, ahora mismo, hace un frío por la noche que corta la respiración. En la grada más alta del Soccer City, donde tuve ocasión de presenciar la final de este Mundial, ese frío llega en forma de aire racheado que cada vez que sopla penetra hasta los huesos. Allí en el estadio surafricano entendí por qué la vuvucela se ha puesto tan de moda en este Campeonato. Hace tanto frío que la mejor manera de combatirlo es soplando sin parar el dichoso instrumento. A eso nos dedicamos con fruición muchos españoles. El problema es que terminas con los oídos rotos y con los labios escocidos. Pero al menos entras en calor a base de soplar y corear «España, España» y tocar las palmas para tratar de silenciar a los veinte mil holandeses que llenaron el campo. Ellos eran más de 20.000 y nosotros apenas 5.000. Ha sido el gran fallo. Algo ha debido de hacer mal la Federación para que tan pocos españoles decidieran asistir en vivo a tan magno acontecimiento. No importó en exceso porque tan bestial desequilibrio lo compensaba el hecho de que los surafricanos iban masivamente con España, igual que los latinos en general allí presentes. Hablé con gente de Colombia y de México y de Brasil que estaban con «La Roja» enfundada. Igual que un nutrido grupo de chinos, que hablaban con plena familiaridad de «Iniesta, Xavi, Casillas, Villa…». Y un mar de banderas rojigüaldas. También algunas ikurriñas portadas por vascos con camiseta colorada y con txapela, y senyeras catalanas y gente con la elástica del Barça y el bermejo de la selección. Algo normal porque era una auténtica fiesta española, en la que cabían todas las banderas y sensibilidades. Fue la odisea de «La Roja» y el triunfo de España.