Crítica de cine
Un Strauss de altura
«El caballero de la rosa»De R. Strauss. Solistas: Anne Schwanewilms, Joyce DiDonato, Ofelia Sala, Franz Hawlata... Director de escena: Herbert Wernicke. Director musical: Jeffrey Tate. Teatro Real, Madrid. 3-XI-2010.
Esta producción salzburguesa de 1995 se levanta sobre una dramaturgia muy interesante, construida toda ella en torno a un permanente juego de espejos, que reflejan ora imágenes de salones dieciochescos ora al propio público de la sala, en un intento de acercar la narración a estos días. El mundo de Hofmannsthal-Strauss se nos da de manera evanescente, diluida y ambigua, lo que subraya conductas, sentimientos y valores. En esos espejos móviles, bien engrasados, tenemos por tanto apresada la realidad de una época pasada, su proyección hacia el futuro y su instalación en la realidad de hoy. Contraposición entre realidad e irrealidad.
Noción poética interesante que no acaba siempre de tener acomodo y de crear la magia buscada porque el permanente trasiego especular distrae no poco y resulta a la postre en ocasiones excesivamente artificioso. Aunque haya momentos logrados, así el magnífico final, con los dos jóvenes enamorados abrazados en el suelo con el fondo idílico de un paisaje campestre, que gira lentamente para situarnos otra vez en la realidad de ahora mismo. En el debe pondríamos muchos movimientos de figurantes demasiado convencionales. No nos gustaron la presentación de la rosa, en lo alto de una escalinata, ni los trajes de Octavian, propios de un bailarín de claqué.
Tate, pese a su deformación física, que le hace trabajar de manera fatigosa, logró, sin embargo, general precisión, una prestación orquestal fluida y a veces brillante, y una conjunción y planificación más que notables. Extrajo matices líricos y supo cantar la expresiva melodía straussiana con finura y amplio arco. Tuvo detalles de gran clase, sobre todo en el tercer acto, el más conseguido por parte de todos. Faltó, eso sí, particularmente en el acto inicial, impulso, excitación, espumosidad y variedad de colores, una palea más iridiscente.
Obtuvo casi siempre buen rendimiento de un plantel vocal bastante entonado. Para nosotros el punto negro, al menos gris, fue el Ochs de Hawlata, un bajo de escaso volumen, engolado y áfono, con graves de pega, aunque es buen caricato.
Elegante, buena fraseadota y muy propia, Schwanewilms, una Mariscala en la mejor línea germano-austriaca, que supo atacar maravillosamente su primer verso del célebre trío del acto tercero. En alguna ocasión su centro y zona grave se perdió. DiDonato, mezzo muy clara, es un Octavian de clase, no siempre afinadamente. Es muy plausible su acercamiento, aunque el timbre se asemeje al de su colega. Pero no hay que olvidar que fue una soprano quien estrenó la parte. Sala quizá no tenga ahora mismo la pureza tímbrica de hace unos años, pero hizo estupendos pianísimos en los sobreagudos. Un poco voceras, pero salvable, Naouri como Faninal. El resto del reparto cumplió bien por lo general; no el tenor italiano, Liberatore, que sustituía al indispuesto Zapata. Una mención especial para los Pequeños cantores del Coro de la Comunidad. Estuvieron muy bien en sus exclamaciones de –«¡Papá!»– del último acto.
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