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Rusia en el juego estratégico

La Razón
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Por supuesto, se han recuperado los contactos de la OTAN con Rusia, tras el enfriamiento ocasionado por la invasión de las tropas de Moscú a Georgia en el verano de 2008. En el fondo de esta situación subyacía la petición de Ucrania y de la propia Georgia de ser admitidas en la organización de seguridad euroatlántica. Rusia sigue considerando inaceptable «que se cace en su coto». El reconocimiento de Kosovo por parte de muchos países occidentales tampoco gusta a Moscú que vive su propio problema en Chechenia, donde armonizan excesivamente nacionalismo y terrorismo, modelo que sirvió a unos kosovares para ostentar hoy el poder en la escindida región serbia.
Negar los esfuerzos del actual secretario general de la OTAN, Rasmussen, por mejorar las relaciones con Rusia sería negar la evidencia. Desde el mismo día de su toma de posesión, diciembre de 2009, ha insistido en la necesidad de cerrar filas con ella, debido especialmente a tres razones: la necesidad de combatir el terrorismo internacional, la cooperación en la lucha contra la proliferación de armas nucleares y el presente de Afganistán.
Pero Rusia no quiere ser uno mas. Lo definía muy bien recientemente su embajador ante la Alianza, Dimitri Rogozin: «Las grandes potencias no se unen a las coaliciones, crean las coaliciones». Rusia no se sintió cómoda ni en el Acta Fundacional firmada con la OTAN en 1997, ni se siente cómoda en el actual Consejo OTAN-Rusia de 2002. El formato 28+1 característico del mismo demuestra que es sólo un mecanismo de diálogo y de consultas, no el de toma conjunta de decisiones.
La Alianza tendrá ante sí la oportunidad de revisar estas relaciones en la Cumbre de Lisboa a celebrar a finales de este año. En la anterior reunión, celebrada en Estrasburgo- Khel en abril del pasado año, se decidió redactar un nuevo Concepto Estratégico que pudiera sustituir al vigente de 1999. Una comisión formada por doce miembros, entre ellos el embajador de España Fernando Perpiñá, y presidida por Madelaine Albrigh presentó este pasado mayo un avance del concepto o «borrador mártir» que servirá de base para discutir y aprobar en su caso en la capital portuguesa el texto definitivo.
La revista «Atenea», un referente obligado hoy para temas de seguridad, incluye este mes un magnífico artículo del general Jorge Ortega referido a los trabajos de la Comisión. En ellos se asume que «inevitablemente Rusia juega un papel preeminente en el área de seguridad euroatlántica», aunque matiza que «en ambos lados existen dudas sobre las intenciones políticas del otro».
Salvo que haya claúsulas y recomendaciones anexas de carácter confidencial que no hayan salido a la luz, el documento –en lo que se refiere a Rusia– se queda corto, excesivamente corto, en momentos en que la Alianza se juega su ser o no ser en Afganistán. Demasiado reciente la crisis de Holanda que retiró su contingente militar de ISAF, demasiadas bajas ante opiniones públicas quebradizas, demasiadas promesas de plazos.
Creo que más que proponer un diseño de Concepto Estratégico para diez años, hay que redactar uno práctico y concreto para gestionar el esfuerzo de guerra afgano con vistas a «equilibrar» la región central de Asia, que Rusia conoce muy bien. Lo ha reiterado hace quince días reuniendo en el Balneario de Sachi en el Mar Negro a los presidentes de Afganistán, Pakistán y Tayikistán. Porque a este principio de equilibrio estratégico es adicta Rusia desde el siglo XIX, principio que no descartaba buenas relaciones entre potencias «no amigas» y que priorizaba intereses sobre ideologías.
Por encima de comisiones y cumbres, alguien debe disculparse públicamente ante Rusia por haber apoyado al régimen de los talibán (1979-1989) a fin de debilitar las periferias de aquel imperio que se llamó la URSS. Alguien tiene que admitir que de aquellos polvos nacen los actuales lodos. Alguien tiene que reconocer que la Alianza Atlántica no puede ser el único ente con legitimidad suficiente para convertirse en una organización global de seguridad.
Lo de menos es el tránsito del esfuerzo de guerra afgano a través de países de influencia rusa. Técnicamente se encuentran otras soluciones. Lo más importante es integrar esfuerzos de inteligencia, agradecer la lecciones aprendidas por los regimientos rusos que dejaron a 15.000 de sus hombres bajo tierra afgana. Tener la modestia suficiente para escuchar al derrotado y aprender de él. Si en Lisboa a fin de año se trata a Rusia como potencia, si se fijan las reglas de un práctico equilibrio estratégico y se reconocen errores del pasado, puede que en Afganistán veamos pronto la luz al final del túnel.
Llámenle «realpolitik» o llámenle como quieran. Pero piensen que unos soldados nuestros y unos soldados de los otros sufren en sus carnes las soberbias y las malas decisiones políticas. Aunque en el farragoso lenguaje de la Alianza, excesivamente cocinado en la olla del consenso entre 28 países, se le llame «Assured Security;Dynamic Engagement. Analysis and Recomendations on a new Strategic Concept for NATO» y lo firme una respetable señora mayor llamada Madelaine Albrigh.