China
La Europa de Felipe por MARTÍN PRIETO
En una cena Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid expuso una suave crítica sobre Felipe González: «Si le escuchas como orador te envuelve, te convence, pero al día siguiente lees su discurso escrito y compruebas que no ha dicho absolutamente nada».
Es propio del liderazgo de Felipe en la oposición y en el Gobierno hasta que periclitó su carisma. He sido seguidor suyo y amigo sincero y desinteresado, pero reconozco en su último libro la advertencia de Gallardón. Si lo lees en voz alta y con énfasis brilla el estadista, pero con su lectura en silencio te das cuenta de que hace equilibrios sobre el alambre apenas sugiriendo propuestas concretas para esta Europa en la encrucijada. Quizá la culpa sea del formato, porque el volumen es un cajón de sastre en el que se recuperan textos añosos, discursos y reflexiones sueltas de los últimos 15 años, lo que daña la cohesión y hasta la coherencia. Pero no en balde el autor, a más de gobernar España durante casi 14 años, es un europeísta con mando. Ingresó España en la UE, Premio Carlomagno, preside por unanimidad el Comité de Sabios sobre el futuro de la Unión, y no es Presidente de la UE porque declinó el ofrecimiento.
Lecciones para el presente
Cierto pesimismo conecta con las preocupantes noticias de estos años: «Albergo muchas dudas de que Europa tenga conciencia de su propia y dulce decadencia. Ni siquiera Alemania posee talla suficiente. En mi opinión, Europa está perdiendo relevancia para sus ciudadanos y para el mundo». Es más que realismo; es tristeza maligna, precisamente tras Irlanda y el derrumbe de nuestros bonos. Es muy sincero escribiendo del empleo y el Presidente Zapatero debiera leerle: «Recibí una amarga lección cuando prometí crear 800.000 puestos de trabajo y al final se destruyeron otros tantos. En la realidad el empleo lo crean los empresarios y no los programas electorales». Olvida González que en 1983 nadie creía en su promesa y podía haber ofertado dos millones porque sólo se trataba de un demagógico cohete electorero. Rechaza los convenios colectivos y reclama, como la patronal, vincular el salario a la productividad por hora de trabajo. Pareciera que acaba de ver «Tiempos Modernos» de Chaplin.
La energía le ocupa muchas páginas. Propone enlazar por los Pirineos con el gas de Siberia, liberándonos del monopolio argelino. Atendiendo a los votos ecologistas y a la izquierda verde, decretó nuestra moratoria nuclear para comprar a Francia energía de origen atómico.
Hoy se desdice dulcemente: «Sarkozy y Gordon Brown fomentaron las nucleares ante la crisis energética. Ésta es una reflexión que tiene que hacerse, porque uno puede ser antinuclear de la frontera para acá pero no podrá serlo más allá de la linde con Francia». Es de lamentar que no pensara así en la década de los ochenta. Incluso hoy parece ignorar que los popes ecologistas aceptan la energía nuclear ante datos apocalípticos: EE UU, la UE y Japón consumen más de 50% de la energía. En pocos años China devorará el 25% de la producción mundial, y no se cuenta India o el resto del mundo. Interpreto un párrafo sobre el futuro de la Internacional Socialista como mensaje subliminal a Zapatero: «Una política europea exige que los socialdemócratas recuperen la fuerza de las ideas, no de las ideologías. Conozco a mucha gente que tiene un discurso ideológico como protección de la desnudez de ideas. Es necesario un verdadero debate con propuestas nuevas». Sólo por esto merece la pena el libro de este viejo amigo que, pese a todo, sigo apreciando.
Título: «Mi idea de Europa»
Autor: Felipe González
Edita: RBA
Precio: 20 euros
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