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Quién es el asesino Guelbenzu

Guelbenzu termina este nuevo caso de la jueza Mariana de Marco con una conclusión a la vez lúcida y desencantada, como suele ser la literatura del autor de algunas de las mejores novelas hispanas, como «El mercurio» o «El río de la luna»: «El único territorio –resumirá el caso que acaba de solucionar Mariana– que pisa el ser humano moderno es el de la inseguridad, ésa es la realidad».

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Esta vez el personaje de la jueza alcanza un verdadero cénit en esta última novela y nos trae a la memoria aquel maravilloso libro de Chandler, «La hermana pequeña», con un Marlowe crepuscular y todavía más melancólico sobre la naturaleza humana. Porque aquí ya ni siquiera hablamos de una literatura de la sospecha, ni acaso de novela negra, sino de un texto dostoievskiano donde es la propio alma de la jueza la que se interroga sobre sus zonas oscuras, mientras el omnisciente narrador, a veces, retira su mirada y deja que hable de las dudas sobre sí misma a la protagonista.
En la ciudad del norte de España donde es jueza De Marco, aparece el cadáver de una mujer con las manos cortadas. Pronto es reconocida: fue musa de la fotografía erótica, luego se casó con un campesino y vivía tranquila en una granja. Todo era aparentemente normal. Pero no es eso lo que quiere contar al lector Guelbenzu. No, no es de la normalidad vulnerada de lo que habla, sino de que la normalidad es un frágil decorado, que los deseos, los crímenes, acaban mostrando en su radical fragilidad, como quien rompe un espejo y luego no ve detrás una pared sino un túnel. En esta última novela será el hermano de Mariana, un libertino desaparecido hace tiempo y que aparecerá ahora por la ciudad, el que tirará del hilo rojo que conducirá a la cueva del Minotauro.