El Cairo

Realismo

La Razón
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Durante años hemos escuchado la cantinela de que los países musulmanes no pueden vivir en democracia. Se ha afirmado, sin la más mínima vergüenza, que era preferible el régimen de Sadam Hussein a lo que ha venido después. Cualquier intento de democratización y de liberalización era una utopía. Eso sin contar con que los países desarrollados y liberales no tienen derecho a inmiscuirse en los asuntos de los demás… Total, que el ápice de la sabiduría consistía en no aventurarse en terrenos peligrosos y aceptar el gobierno de personajes como Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto. Al fin y al cabo, aseguraban alguna forma de estabilidad, aunque fuera impidiendo la libertad, reprimiendo cualquier movimiento disidente y practicando una corrupción sin límites: hay que ver las correrías de la familia Ben Ali en las pistas de esquí suizas, o las de los Mubarak en su colección de limusinas, cuando millones de egipcios no tienen qué comer.

Con el tiempo ha llegado el final del ciclo de los grandes dictadores árabes y con él se van viendo los límites del realismo. En lo económico, los países sometidos a las dictaduras árabes están quedando del lado de los perdedores absolutos. El exceso de población ya no se puede mudar a los países europeos, aplastados a su vez por las deudas y el gasto de los gobiernos. Los países norteafricanos no participan del desarrollo de los países emergentes, porque tienen poco que ofrecer, pero pagan la carestía de los alimentos provocada por el desarrollo de los demás.

En cuanto a la estabilidad interna, las dictaduras árabes no han sido capaces de ofrecer mínimas redes de asistencia social. Lo están haciendo las organizaciones islamistas, como los Hermanos Musulmanes en Egipto. Tampoco consiguen atajar los desórdenes, como ya había quedado demostrado con los ataques a los cristianos, que habían alcanzado incluso a Egipto, con su tradición de tolerancia de la que es testigo la minoría copta, con ocho millones de creyentes en un país de 80 millones de habitantes.

Hay otro factor reciente, como es la facilidad de acceso a la información y la comunicación instantánea. Vivimos en sociedades que tienden a la transparencia. Los manifestantes egipcios se han movilizado gracias a ella y saben que la dictadura de Mubarak, que en otras circunstancias habría desencadenado una represión brutal, tiene las manos atadas.

La política «realista» ha cerrado los ojos ante los problemas de los países musulmanes, e incluso ha llegado a disfrazarse de buenismo y tolerancia: el discurso de Obama en El Cairo resulta de una ironía sangrante. Ahora recogemos sus consecuencias. Todas las salidas que se apuntan son peligrosas. No hay un liderazgo claro, no hay organizaciones políticas (salvo las islamistas), no hay tradición de libertad política. Esos son los resultados del «realismo». Ha llegado el fin de las dictaduras y casi nadie está preparado para afrontar la nueva situación. Habrá que ensayar otro realismo, uno que no se niegue a ver la realidad de las cosas.