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Atasco en el retrete

La Razón
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Conozco bien a las chicas solitarias que detestan volver de madrugada a un piso en el que ya hace tiempo que no les espera nadie. He conocido de madrugada a unas cuantas y sé que igual que odian resultar ansiosas, también detestan el pudor que les impide parecerlo. Con tal de vencer la jodida soledad que tanto les amarga, quisieran ser el premio de un sorteo en el que por otra parte preferirían no estar en juego. Mi amiga Teresa tiene sólo cuarenta años y parece decidida a arrojar la toalla por culpa de que su chico se fue con otra y es seguro que no piensa volver. Dice que se ha quedado sin amigos y que no tiene a quién llamar. Como a tantas otras en sus circunstancias, se le cae la casa encima. Yo para animarla le he dicho que la Estatua de la Libertad tiene muchos más años que ella y todavía recibe visitas. Seguro que mi amiga Teresa tiene la agenda repleta de cosas interesantes que hacer, pero sospecho que lo dejaría todo con tal de que volviese a su lado el hombre que se fue con otra, atraído seguramente por una muchacha más joven en cuyas carnes puedan renacer como un espejismo las suyas. Suele ocurrir. He conocido en la barra de El Corzo a unas cuantas mujeres que temían volver a casa y encontrarse con que se había esfumado para siempre el olor corporal de quien fue su compañero. No importa que fuese un golfo, un irresponsable, incluso un mujeriego. A las mujeres de cierta edad siempre se les dio mejor el perdón que el orgullo. No sé a qué se debe su conducta, pero lo cierto es que muchas mujeres se encariñan incluso con aquello que les produce dolor, lo que explica su resistencia al cólico renal y su capacidad para perdonar sin remedio al hombre que les hace daño. Consideran cualquier mala compañía mejor alternativa que la estricta soledad de un piso en el que ya no queda ese cierto olor a caza que delata la presencia de un hombre rudo e inestable que incluso da portazos al entrar. El caso de Teresa es uno de tantos, así que si me la encontrase de madrugada en la barra de El Corzo le enviaría por el barman un posavasos con una nota pensada ex profeso para alguien como ella: «Puede que ese hombre que se fue con otra haya dejado en tu alma un hueco difícil de llenar, amiga mía, pero, ¿sabes?, saldrás de ésta y algún día te darás cuenta de que de un tipo así, una chica como tú sólo recuerda que él era el motivo por el que en casa se atascaba tan a menudo el retrete». (A mi amiga, para que en el peor de los casos se derrumbe de pie).