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Reformas estructurales

La Razón
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Reformas estructurales. Es la medicina por la que se clama en España ante la crisis y nos las reclaman desde fuera el FMI, el Banco Central Europeo, el Bundesbank, la Comisión Europea, el Eurogrupo, etc. Hace tiempo escribí en estas páginas que no hay crisis que por bien no venga y ésta podría ayudar a romper muchas de las inercias y atavismos que arrastramos en lo político, en lo administrativo, en lo laboral, en nuestro sistema productivo y en lo social. La crisis debería conducirnos a forjar una sociedad más dinámica y abierta.
Sin embargo esta crisis se cruza con constantes procesos electorales que falsean y condicionan la disposición –si es que la hay– para afrontar esas reformas. Algunos siguen pensando que Keynes –no siempre bien entendido– es garantía de votos, cuando en España lo es, más bien, de un pan para hoy hambre segura para mañana. Así las elecciones autonómicas y locales en 2007 y 2011 han llevado a silenciar la necesidad de atajar el inmenso gasto público de esas Administraciones; en las generales de 2008 expresamente se negó que hubiera crisis y luego vinieron planes de gasto improductivo que han generado más deuda y paro. Y ya veremos qué se dice para las venideras.
Ese clamor por reformas estructurales lleva a una melancolía que nace de la evidencia de que esto no va, que se nos va de las manos, que perdemos oportunidades de hacer cambios inaplazables. Pienso en dos ámbitos: Justicia y educación. Si los cito es porque hay consenso en que su reforma ayudaría de forma decisiva a salir de la crisis y, en todo caso, a conformar un país más moderno y competitivo.
En cuanto a la Justicia el clamor por su reforma es ya rutinario: les ahorro la crónica de su exigencia porque me remontaría ochenta años atrás. Tras la Constitución cada Consejo General del Poder Judicial, con mayor o menor solemnidad, ha elaborado algún documento sobre la reforma estructural de la Justicia. El más destacado quizás fuese el Libro Blanco de 1997.El actual Consejo lo ha hecho con uno del pasado 27 que, sorprendentemente se retiró. En ese documento se hacían propuesta que los hemos conocido ese órgano por dentro hemos defendido como, por ejemplo, que el Consejo asuma un papel protagonista en esa reforma o que se convierta en un órgano vivo y eficaz.
Aun con propuestas discutibles –incluso contradictorias con su actuación–, me agradó que defendiese algunas del anterior Consejo o por la mayoritaria Asociación Profesional de la Magistratura, lo que demuestra que siempre hay continuidad y coincidencias de base. Es lo que ocurre, por ejemplo, al proponer que sea el Consejo quien retribuya a los jueces o que la nómina del juez responda a un sistema de carrera profesional hoy por hoy inexistente o al reclamar su plena competencia en la selección de jueces; que se racionalice el panorama competencial entre Consejo, Ministerio y Autonomías; que se acabe el interinaje o que la oficina judicial no sea un fin en sí mismo, sino una instrumento para juzgar y ejecutar lo juzgado.
No encerraba ni de lejos «la» reforma judicial –algo complejo y que precisa de planes rompedores– pero era un mínimo y que ni siquiera sale adelante. El órgano de gobierno de la Justicia, que debería asumir un especial liderazgo, parece inhibirse. El protagonismo es del Ministerio y su reforma procesal: acudiendo a un símil viario, su reforma no responde a la necesidad de una autopista de peaje, sino a una vieja carretera que en algunos tramos se desdobla o se aligera a base de circunvalaciones.
Sobre el otro ámbito estratégico –la educación– habría mucho que decir, lo que alcanza a las enseñanzas que cursarán los futuros profesionales del Derecho. Pero también se impone la melancolía. Los dos candidatos para presidir el Gobierno han tenido responsabilidades educativas, uno entre 1988 y 1993 como secretario de Estado y ministro de Educación; el otro como ministro entre 1999 y 2000. Del primero cabe presumir alguna responsabilidad en que ninguna universidad española figure entre las primeras doscientas del mundo o que estemos a la cabeza en fracaso escolar; el otro nada hizo y fuera de generalidades, poco se sabe sobre sus planes.