Egipto

Las espadas siguen en alto por Manuel Coma

La Razón
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Lo que está ahora en juego en Egipto es qué quieren y pueden los militares y qué los islamistas. Durante decenios los primeros reprimieron a los Hermanos Musulmanes de manera continua y por temporadas con brutal dureza, al tiempo que se proclamaban más mahometanos que nadie, en el supuesto auténtico sentido religioso, mostrando su buena voluntad con generosas ayudas a sus enemigos ortodoxos, siempre que se limitasen a fe y culto. Este tenso «quid pro quo» no hizo más que intensificarse, a espaldas de los sinceros demócratas que desencadenaron el movimiento. Durante el último año y medio, los Hermanos no han hecho más que supurar moderación por los cinco sentidos. Todas sus declaraciones hacia el exterior no se cansan de proclamarlo. Quieren democracia y desarrollo y tras las puertas de cada casa respetan cualquier idea y práctica. En su afán por tranquilizar, llegaron a prometer que no irían a por todo en las legislativas y que no presentarían aspirante a la Presidencia, pero hicieron todo lo contrario, situándose en posición de ordeno y mando. Los militares preferirían mantenerse en la sombra, conservando sus privilegios económicos, manteniendo el control de sus asuntos –que incluyen temas decisivos como las relaciones exteriores– y gozando de un tácito derecho de veto sobre cuestiones demasiado delicadas. A su vez, la futura Constitución debería limitar los poderes ejecutivos y legislativos con los que pudieran algún día chocar. En acuerdos más o menos secretos y ambiguos con sus encarnizados pero acomodaticios rivales, los militares fueron entendiéndose con los islamistas y el largo proceso electoral siguió adelante. Las rupturas e intromisiones que se han producido en las dos últimas semanas significan que los uniformados concluyen que no pueden confiar en que los barbudos respeten ese difuminado pero real poder al que aspiran y demuestra que están dispuestos a mantener algo parecido al régimen militar. Los Hermanos se han lanzado a una exhibición de fuerza, ocupando Tahrir, mientras el aire se llenaba de rumores sobre los contactos secretos.
De momento, el encontronazo se resuelve con que se les reconoce una victoria del 51,7% contra el 48,3% del candidato de los generales. Previamente, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, además de disolver el Parlamento, sacó un papelito al que llamó Declaración Constitucional, que recorta drásticamente los poderes del nuevo presidente. Las espadas seguirán en alto mucho tiempo, pero la potencia de fuego está del lado de los que tienen los fusiles y cañones.