Elecciones generales
Todo el pescado vendido
El día siguiente al debate entre Rajoy y Rubalcaba deparó análisis más pausados y balances de la situación. El reposo determinó que la primera impresión del «cara a cara» resultó un retrato certero de lo que ocurrió y que las lecturas sobre el papel de los candidatos fueron correctas. Sin duda, la concluyente y uniforme impresión de la práctica totalidad de los medios, incluidos algunos de los más cercanos al PSOE, limitó cualquier tentación de falsear el desenlace. Que ni siquiera el entorno de Rubalcaba hablara de triunfo de forma categórica y se limitara a justificar su estrategia y a descalificar a Rajoy habla por sí solo. El debate fue ganado con claridad por el presidente del PP, que venció y convenció frente a un candidato socialista que afrontó la cita marcado por una acusada inferioridad que le condicionó. Quedó en evidencia la vulnerabilidad insuperable de un político lastrado por el fracaso de la Administración socialista en la que fue protagonista principal y símbolo, casi como ningún otro, del drama de los cinco millones de parados. La encuesta de NC Report para LA RAZÓN, que publicamos hoy, refleja ese triunfo de Rajoy por diez puntos de diferencia. Además del ganador, el otro gran interrogante del debate fue su impacto sobre el voto. Pese a la audiencia cercana a los doce millones de espectadores, no parece que lo sucedido en el plató de televisión haya movido apoyos en porcentaje apreciable. Y si lo hizo fue para fortalecer las opciones del PP de conseguir una mayoría suficiente para gobernar. En realidad, hay una coincidencia casi general entre los expertos en que este tipo de citas tiene una influencia relativa sobre el criterio de los electores. En el caso del PSOE, parece ridículo esperar que un «cara a cara» de menos de dos horas pueda hacer olvidar siete años de una de las peores gestiones públicas de la democracia. Nuestro sondeo confirma ese estado de opinión general, pues tan sólo el 2,3% de los ciudadanos afirma que se ha replanteado su posición. Con el condicionante de ese margen que prevén las encuestas a favor del PP, dio la impresión de que Rajoy y Rubalcaba enfocaron el enfrentamiento con objetivos distintos. El líder del PP lo hizo en clave de futuro presidente del Gobierno, con la enorme responsabilidad de la ingente tarea que le aguarda y el deber de presentarse ante la sociedad como el político que genera confianza y certidumbre. Y lo logró. Por contra, el candidato del PSOE acentuó su discurso de izquierda –impuesto a los ricos y a la banca, reducción del Ejército, listas abiertas, etc.– para frenar la sangría de votos por ese costado. Una táctica de control de daños a la búsqueda de una derrota honrosa que, tal vez, permita un mayor margen de maniobra y que las llamas del incendio que se avecina dentro del socialismo no sobrepasen los límites de lo controlable. Está por ver si lo consiguió y su futuro depende en buena medida de ello. Por lo demás, la precampaña, la campaña y el debate han demostrado el grave error que supuso el adelanto electoral a varios meses vista en una situación de emergencia. Es ya un clamor el deseo de que ojalá las elecciones se hubieran hecho hace semanas. Se pierde un tiempo que no tenemos.
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