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Nuevo y rotundo fracaso por Sandalio Gómez
Una huelga general, por esencia, es una huelga política que tiene un único objetivo: erosionar al Gobierno y a las instituciones que constituyen el cauce normal en un país democrático, a través de las que se expresa la voluntad real de los ciudadanos. Es una pena que los sindicatos no estén a la altura de las duras circunstancias que atraviesa el país, como lo estuvieron en la transición política, aportando sugerencias razonadas y razonables en defensa, ante todo, de los intereses de los trabajadores, sin condiciones previas ni vinculación con intereses de partidos políticos. Han convocado a toda la ciudadanía a participar en una huelga general y les han dado la espalda de manera clamorosa. No han sido capaces de encontrar un mensaje común que justificara esta convocatoria y se han encontrado de golpe fuera de la realidad. La imagen de los piquetes «informativos» en plena época de la información más avanzada es patética, además de anacrónica: una imagen de la coacción de la libertad ciudadana que practican. El «feeling» entre los sindicatos y la sociedad lleva roto muchos años y parece que ellos son los últimos en enterarse. Son incapaces de conquistar a los jóvenes, a las mujeres, a los administrativos, técnicos y mandos y a una sociedad que quiere soluciones en vez de algaradas carentes de sentido. Sólo se mueven a gusto en las grandes empresas industriales y en las empresas públicas, arrinconados cada vez más en sus propias carencias, sin fuerza para llevar a cabo una renovación a fondo de sus propios planteamientos y generar ilusión entre los trabajadores de nuestro país.
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