Museo del Prado
«Voyeurismo» posmoderno por Lluís Fernández
El mirón goza porque sabe que está espiando la intimidad del otro. La intrusión en un espacio vedado a las miradas ajenas. Hitchcock en «La ventana indiscreta» relacionaba esa intrusión obscena con el peligro de la muerte como castigo. Una obscenidad sin paliativos, porque quien transgrede esa prohibición ética de mirar lo que debe permanecer fuera de escena ha de pagar el precio de la pérdida del deseo. Pero eso ocurría antes de la posmodernidad, cuando la sexualidad era un juego metafórico de representaciones y el arte aún tenía capacidad de transgredir unas normas abolidas hace tiempo. Hoy, el cuerpo desnudo es el lugar donde convergen todas las miradas. En el cine, en la televisión y en la web, en donde se exhibe sin pudor la propia intimidad. Todos somos mirones, menos el mirón, alma en pena ante la desaparición de lo prohibido que daba sentido a su pasión. Si desaparece la metáfora, el cuerpo es pura biología.
¿Qué performance ha realizado el artista Mark Wallinger en la National Gallery para homenajear el cuadro de Tiziano «Acteón y Diana»? Un «peepshow» al modo duchampiano. En «Étant donnés», el último trabajo de Marcel Duchamp, a través de una ranura puede verse a una mujer desnuda tendida en un entorno natural que sostiene una lámpara que ilumina la misteriosa escena.
Wallinger obliga al visitante a colocarse en el lugar de un Acteón y mirar por una ventana a su Diana que se baña semidesnuda en una vulgar bañera, a sabiendas de ser observada en nombre del arte contemporáneo. Ésa es la única forma que tiene el hacedor de happenings de sacralizar un arte que, ante la desaparición de la metáfora, se ha trocado en metonimia: lo que remite a sí mismo. Lo transgresor hubiera sido ver el cuadro de Tiziano iluminado por un quinqué. El mirón de Tiziano irrumpía en la intimidad de las bañistas y gozaba con la obscenidad de lo prohibido. Sin intimidad, el mirón de Wallinger mira para comprobar, desilusionado, que no queda nada de lo prohibido.
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