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Despierta Rusia por Manuel Coma
Es tan ingrato ser un aguafiestas y tan gratificante entusiasmarse por las protestas populares contra la dictadura y la corrupción, que estamos prestamente dispuestos a tropezar en la misma piedra todas las veces que haga falta. Lo de ahora en Rusia pasó antes en Ucrania, que ha vuelto a tener a un manipulador pro-ruso a su cabeza. Y lo mismo, pero en cierto sentido al revés, está sucediendo con la Primavera Árabe. En Egipto primero fue el éxtasis de las manifestaciones y luego la decepción electoral.
En uno y otro lado las nuevas tecnologías han servido para convocar a la gente, escamoteando los mecanismos represivos. En Rusia, con mucha más expansión de internet y de la telefonía móvil, la presión electrónica sirvió el pasado domingo 4 para rebajar oficialmente la proyectada victoria del partido de Putin de los 2/3 a un pelo por encima de un más que dudoso 50%, objeto del actual movimiento de indignación.
Mucho depende ahora del éxito y sobre todo la continuidad de las manifestaciones del sábado 10. Por descontado que van a superar todo lo conocido desde las caída del comunismo. En sus doce años de poder rayano en lo absoluto, con imaginativa y desvergonzada permuta de puestos de presidente y jefe de gobierno, su eficaz policía, transformación adaptativa del KGB en el que había llegado a coronel, impidió que ninguna concentración pasase de unos poquitos cientos e hizo que terminasen siempre por las bravas. Pero lo que proporcionó sus efímeros éxitos a la Plaza de Tahrir o a su correspondiente en Kiev, fue la permanencia, la continuidad de las acampadas durante varias semanas y el que las decenas de miles llegasen a franquear la frontera del centenar.
Para no caer en prematuras ilusiones, no olvidemos que según encuestas libres de mendaz oficialismo, Putin sigue, con gran diferencia, siendo el político más popular del país, con índices de aceptación del orden del 60%, inexplicablemente superiores a su dócil criatura Rusia Unida.
Los partidos que le siguen –el comunista, con un nada despreciable 20%–, aunque ahora hayan puesto un tímido pie en el carro revolucionario coreando algunas de las denuncias en curso, sin embargo, a lo largo del putinato, aunque con ligera renuencia, le han comido en la mano al dueño de todas las Rusias y si se tercia podrían servir como aliados, si sus votos llegaran a necesitarse. No está tampoco de más señalar que el héroe de la jornada, ausente el sábado 10 por voluntad policial, fue el twitero y bloguero Aleksei Navalny, de 35 años, conocido anteriormente por un nacionalismo de tintes racistas.
Lo que está sucediendo es importantísimo, y para muchos más que los rusos, si no se tuerce. Tiempo queda para entusiasmarse.
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