Cataluña

No está el país para elecciones por Alfonso Merlos

La Razón
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No hay reconocimiento más estruendoso de un fracaso. No hay cortina de humo más espesa y peor tendida para intentar ocultar lo inocultable. Ya pueden buscar los nacionalistas las excusas más provocadoras, los argumentos más peregrinos, las razones más irracionales. Es imposible adornar y travestir un discurso cuando el fondo es tan evidente para el sentido común: unas políticas desastrosas, plagadas de errores y tocadas de un patriotero aventurerismo han llevado a Cataluña a la quiebra técnica. No hay más. Todo lo que se añada son fuegos artificiales o mentiras desnudas y flagrantes. Y evidentemente, añadir la amenaza de un adelanto electoral es un mal negocio para España. Y lo es, en consecuencia, para una región puntera cuyos desnortados capitanes no deberían estar concentrados en otra cosa que no fuera crear riqueza y prosperidad, cumplir las leyes y ayudar a extender el bienestar.

En un momento en el que el Gobierno de Rajoy estudia la petición de ayuda extraordinaria para España, y en el que grandes banqueros y empresarios le apremian a que la solicite cuanto antes, la incertidumbre es demoledora: un mazazo, un lastre, una equivocación, una irresponsabilidad. No es de recibo que Artur Mas mande a Europa un mensaje de inestabilidad, de falta de rumbo y horizonte de futuro, de fiasco. Salvo, naturalmente, que esté entre sus objetivos prioritarios dañar los intereses de los españoles.

¿A qué viene tanto lamento, tanto victimismo y tanto regate cuando el Ejecutivo del PP va a dar cobertura a los vencimientos de la deuda catalana hasta final de año? ¿Qué causas hay para el desgarro o el contraataque en el muy honorable president cuando ha salido con 5.000 millones en la billetera? ¡¿Le parece poco?! ¿Es posible seguir instalado en el cinismo, en el egoísmo? ¿Qué pretende ganar? ¿Y a costa de quiénes? Podrá pensar lo contrario y seguir viviendo en el engaño, pero el último visitante de La Moncloa ha visualizado en un momento crítico su incompetencia para gestionar una economía viva y su incapacidad para llevar las riendas de un proyecto político moderno. Si en un arrebato de orgullo aborta la legislatura por las bravas, la gran pregunta no será si CiU pedirá o no la independencia, sino si Mas hará o no las maletas para dejar la vida pública.