Londres
Noveno aniversario del 11-S
Las conmemoraciones del 11-S han sido grandes momentos para hacer balance de la lucha contra el yihadismo internacional. El fenómeno no ha perdido un ápice de importancia y, sin embargo, este noveno aniversario es el que menos comentarios ha suscitado en la prensa internacional, como si estuviera integrándose en la rutina. Incluso en EE UU, la polémica sobre la mezquita a dos manzanas del solar del World Trade Center ha quebrado la sagrada unidad de años anteriores.
La disputa no es marginal al gran conflicto. Nadie pone en duda la libertad religiosa –que incluye también la estúpidamente provocativa quema de Coranes– sino la oportunidad de hurgar en profundos traumas psicológicos. En todas las latitudes y sensibilidades, la gente a la que no le gusta que le toquen a sus muertos son mayoría, pero el imán pacifista que promueve el empeño nos dice que volverse atrás –a cinco manzanas y con subvención oficial como premio– sería contraproducente, por la reacción en el mundo islámico. Olvidando la trituración hasta el exterminio de cristiandades en Oriente Medio, la estrategia básica que nos recomienda contra el extremismo sería someternos a su chantaje por anticipado. Y una nota española: Por qué Cordoba Center, cuando los radicales se empeñan contínuamente en recordarnos que somos Al Andalus, irrenunciable tierra de Alá. ¿No debemos reaccionar?
El tema central es que un año más Al Qaida no ha conseguido golpear en América y no lo hace en Europa desde el 7 de julio de 2005 en Londres. Y no ha sido por falta de intentos, sino que nuestros aparatos de seguridad están mucho más alerta. Nuestros miles de millones nos cuesta. También porque las guerras de Irak y Afganistán le han privado de un alentador éxito que exhibir y de un santuario seguro para su expansión y operaciones. Pero el conflicto se ha desplazado, con brutal intensidad, a las zonas donde se busca el asentamiento de esas bases. Todavía Irak y desde luego Afganistán. El peligrosísimo Pakistán. El endeble Yemen. La fallida Somalia y, a nuestra vera, las Tierras Islámicas del Magreb. Y sin renunciar a nada en las tierras islamizables del Oeste, sobre las que hay división de opiniones. Los seguidores de Ben Laden están por el castigo. Otros más pacientes creen que caerán como fruta madura, desprendida de su tronco religioso y sus ramas civilizacionales por efecto de nuestra propia putrefacción.
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