Iglesia Católica

Renunciar a todo

Renunciar a todo
Renunciar a todolarazon

Pero, ¿cómo se te ocurre poner este título hoy día?, ¿quién renuncia hoy a algo? No está de moda ni esta palabra ni esta idea, «renunciar», como tampoco lo están otras muchas que hace unos años eran claves: esfuerzo, sacrificio, entrega... Hoy priman otras cosas. Por eso, ¿cómo va a ser actual el Evangelio si el mismo Jesús nos dice: «el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío»? Entonces, o está pasado de moda, o se trata de un moralismo y una exigencia que ni me conviene, ni la quiero; sería una complicación de vida; además «eso no es para mí, no puedo, no doy la talla».
¡Qué distinto es nuestro pensamiento al pensamiento de Dios! Sorprende y desconcierta -casi escandaliza- la radicalidad que supone el seguimiento de Jesucristo. Cuando los líderes y maestros intentan atraer discípulos y adeptos a su causa presentan un camino atractivo, asequible… de cuento de hadas. Jesús, amando verdaderamente al ser humano y conociéndolo en profundidad, coloca, en cambio, muy alto el listón para ser su discípulo: su seguimiento y el de su causa se anteponen a la familia, a los bienes y a uno mismo. Sabe que la mediocridad, la superficialidad y las medias tintas hacen infeliz al hombre; no quiere precipitaciones ni publicita «grandes oportunidades». Invita al hombre a la seriedad, a la decisión valorada y le otorga los medios: el despojamiento y la cruz. No puede ser revestido de Cristo e inhabitado por el Espíritu Santo, quien vive en búsqueda continua de las apetencias humanas, lleno de ropajes exteriores que ocultan el interior. Jesús, que conoce la fragilidad del hombre, no le exige, sino que le invita al abandono en sus manos y a la entrega generosa a los demás. Aquí reside la novedad fundamental que aporta Jesucristo: la capacidad para el seguimiento se mide con el termómetro del desprendimiento; renunciar a todos los bienes es la condición de posibilidad para ser discípulos de Jesús. No es la capacidad intelectual la clave del discípulo, ni su entrenamiento para el sacrificio, ni una herencia familiar o social: la piedra de toque es la disposición para poner la vida en manos del Maestro, es la capacidad de confianza, es la decisión del amor, es la humildad del que vive la vida como un don.
Así como no se edifica una vivienda a lo loco ni se hace una guerra sin estrategia así mismo no se puede buscar la santidad (que es la vocación cristiana), ni intentar la salvación del mundo (que es la misión cristiana), sin estar dispuesto a desnudarse, a «dejar todo» por el Señor. Esto es calcular gastos. El joven rico es el ejemplo dramático de esta ley evangélica; María y los Apóstoles y los santos son, en cambio, el signo dichoso de las posibilidades del amor.
Se trata, en definitiva, de vivir según una nueva y verdadera Sabiduría.


Luis Emilio PASCUAL / Capellán de la UCAM